“Me casé un sábado por la noche
-rememora doña Amalia- y al salir de la iglesia caminos con los invitados rumbo
a la casa de mis suegros, donde, en el patio, se había levantado una enorme
carpa con bolsas de arpillera y chapa, por si hacía mucho frío o llovía, en la
que nos esperaban la orquesta y se habían armado largas mesas con caballetes y
tablones tapados con papel en vez de manteles. El piso era de tierra, por lo que, cada tanto, hubo que
mojarlo con la regadera, para que no se levantara tanto polvo al bailar. Así y
todo, mi vestido se llenó de tierra. Mi suegra, mi mamá, mis tías y parientes
mujeres prepararon lechón con papas y Füllsen en el horno de barro, también
había ensaladas y de postre una naranja. La fiesta siguió toda la noche. Fue
hermosa. Bailamos mucho. Nos divertimos. Cantamos en alemán. Nos fuimos a
dormir a las seis de la mañana.
“Me
acuerdo que yo no sabía nada de nada y nunca había visto a un hombre desnudo
-confiesa. Cuando nos quedamos solos en la habitación, en la casa de mis
suegros, me acuerdo que tuve miedo. Mis amigas, que tampoco sabían nada, me
habían contado tantas barbaridades que estaba muerta de susto. Pensé que mi
marido me iba a hacer daño. Éramos tan ingenuas en aquellos tiempos! Y eso que
yo ya tenía dieciocho años.
“Nos
despertaron para almorzar y, otra vez, con todos los invitados de la noche
anterior, más algunos colados, comimos y bailamos otra vez en la carpa. El
calor que se sentía ahí dentro era sofocante. De vez en cuando, los niños
regaban el piso para asentar la tierra. La orquesta no paraba de tocar.
Seguimos así hasta la hora de la cena y después, otra vez baile.
“Mi
marido y yo nos fuimos a dormir temprano, alrededor de las doce, porque a la
mañana pasaban a buscarnos para llevarnos al campo a trabajar. Y así fue: a las
seis de la mañana llegó el patrón y nos buscó con todas las cosas, que no eran
muchas: un poco de ropa, un colchón usado y algunas cositas más. Ese era todo
nuestro capital.
“En aquellos años las cosas eran así -sostiene. Uno se las arreglaba con lo que tenía. Para qué más?”.
“En aquellos años las cosas eran así -sostiene. Uno se las arreglaba con lo que tenía. Para qué más?”.
Para profundizar en
conocimientos sobre la vida de las mujeres, conocer su perfil y descubrir en el
ambiente económico, social y religioso en el que desarrollaron su vida, no dejen leer el libro "La vida
privada de la mujer alemana del Volga", del escritor Julio César Melchior.
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