Para la fiesta de Corpus Christi,
los alemanes del Volga desplegaban sus galas en la ornamentación de Kapeller:
cuatro capillitas construidas dentro del patio de la iglesia, cada una de las
cuales ocupaba estratégicamente un punto cardinal, como asimismo estaban al
cuidado y la protección de un barrio que para esa fecha trascendente se
encargaba de adornarlo. Die Kapeller putzen, que así se llama la maestría de
adornar las capillitas, era todo un arte, puesto que se ponía enorme
creatividad en ello y un gran esmero, que se traducía en una ostentación fuera
de lo común. Para ello se utilizaban las más finas sedas de brocato para
revestir las paredes interiores y bellas perlas de vidrio de todos los colores.
También se utilizan imágenes para realzar la religiosidad del ambiente.
Mientras que en el centro se colocaba un altar con un mantel bordado con letras
y motivos religiosos en oro.
Y para el día de Corpus Christi
la feligresía, en procesión, abandonaba la iglesia acompañando al párroco,
acompañado por otros dos sacerdotes que presidían el grupo humano llevando en
alto el Monstranz (Sagrada Custodia). Los sacerdotes marchaban bajo la
protección del palio. Delante de la comitiva caminaba un importante número de
monaguillos que, al son armónico de campanillas que hacían sonar, a su vez eran
precedidos por un conjunto de unas cincuenta niñas vestidas de angelitos,
llevando canastillas llenas de pétalos o papelitos de colores, que arrojaban al
aire, tapizando el camino que iba a transitar la procesión.
Detrás de todo este glorioso
cortejo, estaban los escolares con sus pulcros guardapolvos blancos y la
multitud de fieles: participando devotamente de la fiesta religiosa.
A medida que la procesión llegaba
a los Kapeller, el sacerdote ingresaba a los mismos, y depositaba el Monstranz
sobre el altar; tomaba en sus manos el Evangelio y comenzaba a leer una lectura
ya preestablecida y que año a año se repetía en el mismo lugar. Los
procesionantes entonaban con devoción el Tantum ergo. Seguidamente, y con
profunda solemnidad, el párroco tomaba el Monstranz y levantándolo en alto,
impartía la bendición.
Este acto litúrgico se reiteraba
en los cuatro Kapeller. Finalizadas las ceremonias, la procesión ingresaba a la
iglesia, donde se oficiaba una misa, dando por concluida la sagrada fiesta de
Corpus Christi.
La fiesta de Corpus Christi se comenzó
a celebrar en Lieja en el siglo XIII, como resultado de las maravillosas
visiones de Sor Juliana de Monte Cornillon. El Papa Urbano IV la estableció
universalmente en 1264 y fijada en el calendario el jueves siguiente al domingo
de Trinidad. Después se le asignó una Octava y una Procesión solemne
declarándosela fiesta de precepto, igualándola a las más clásicas del año
eclesiástico.
Para celebrar dignamente tan alto
misterio como es la Sagrada Eucaristía, Santo Tomás de Aquino compuso el
Oficio y la música. Notables son los himnos "Pange Lingua", sobre
todo sus dos últimas estrofas “Tantum Ergo” y “Genitori Genitoque" y
"Lauda Sion", que era un verdadero poema teológico de la Eucaristía,
donde en forma rítmica y eminentemente sencilla expresó toda la delicada
doctrina eucarístíca, hermanando la claridad con la profundidad y la simplicidad
con el lirismo.
Los alemanes del Volga
desplegaban sus galas y se deshacían en cánticos y alabanzas a la divina
Eucaristía. Y no bastándole el recinto del templo ni la quietud del santuario,
se derramaron por las calles y plazas de las colonias en devota y bulliciosa
procesión, paseando en artísticas custodias y bajo el palio el Rey de Reyes,
encerrado en la Hostia consagrada.
¡Paso al Sumo Sacramento! ¡Para
El las flores, para El los cánticos, para El los repiques de las campanas, para
El las salvas de las escopetas! (Autor: Julio César Melchior).
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