El ritual de las carneadas para
consumo familiar empezaba casi de madrugada, cuando se encendía un gran fuego
para calentar el agua que se iba a usar para limpiar el cerdo y todos se
aprestaban para la faena preparando, cada uno, sus utensilios, herramientas y
elementos de trabajo. La actividad era ocasión propicia para reunir a
familiares, amigos y vecinos, que se acercaban a la casa a colaborar,
transformando la carneada, que duraba dos o tres días, en un gran encuentro
social, con música incluida, y suculentas comilonas. Nadie se negaba a aportar
su granito de arena, porque el trabajo era mucho y debía llevarse a cabo
durante un fin de semana, para no interferir en las labores rurales. Además,
era una costumbre establecida, que todos los que ayudaban, se llevarán como
obsequio carne y morcillas y chorizos para probar.
El proceso de la carneada comenzaba varios
meses antes, cuando la familia adquiría un lechón, que era criado en el
chiquero, que el padre construía en el fondo del patio con maderas y alambre
tejido, generalmente en desuso, y era alimentado con las sobras y desperdicios
de los alimentos que se consumían en el hogar y, ocasionalmente, se le
agregaban cereales o forrajes que se obtenían de algún chacarero
conocido.
Cuando el animal alcanzaba la
mayoría de edad y el peso deseado, entre los doscientos kilos, un poco más, un
poco menos, se tomaba la decisión de sacrificarlo, junto con un vacuno que se
compraba para ese menester, para abastecer los sótanos de chorizos y jamones
para pasar los crudos y fríos inviernos.
Generalmente la carneada se
llevaba a cabo durante un fin de semana, para evitar que la misma interrumpiera
el normal desarrollo de las actividades rurales, y participaban no solamente
todos los integrantes de la familia sino parientes y vecinos.
El cerdo se degollaba con
precisión, insertando el cuchillo en medio de la unión de la cabeza y el
cuello, para lograr el desangrado. La sangre se recogía en un recipiente, que
se colocaba debajo de la incisión, sin dejar de removerla para evitar que se
cuaje. La misma se utilizaba elaborar la morcilla negra o blutwurst.
Una vez muerto el animal, se
procedía a colocar el cerdo sobre una mesa para escaldarlo o pelarlo, es decir,
quitar con abundante agua hirviendo, raspando con cuchillos y, a veces, la
ayuda de otros utensilios, los pelos que recubren la piel hasta dejarla
totalmente lisa y limpia.
El paso que seguía es el
desposte, que no es otra cosa que descuartizar el cerdo clasificando y
separando los diferentes cortes de carne de acuerdo al uso que se le iba a dar,
por ejemplo, entre muchos otros, las patas para elaborar el jamón, y buena
parte de las vísceras, el hígado, los riñones y diversos elementos de la cabeza
del cerdo (como la lengua), que se cocinaban para formar parte de las morcillas,
blanca y negra, y el queso de chancho. Porque todo se aprovechaba. Nada se
tiraba.
Finalizado el proceso de
fragmentación comenzaba el deshuesado (minucioso trabajo de limpieza de los
huesos), cortando la carne en trozos pequeños para luego pasarlos por la
picadora, condimentarlos en base a una receta que cada familia mantenía en
riguroso secreto, y amasarlos con las manos en una enorme batea construía de
madera, y empezar a elaborar los chorizos, sin olvidar que también se le
agregaba carne de vaca a la preparación con la que se hacían los chorizos para
secar, porque conjuntamente con el cerdo, también se carneaba un vacuno.
El armado de los chorizos se
llevaba a cabo con tripas (generalmente de vaca) y una máquina que se llama
embutidora. Las tripas son de varios metros, estas se cortan para dar el tamaño
de rosca o chorizo.
Terminada la faena, los chorizos
para secar, la morcilla negra, la morcilla blanca y los jamones, se colgaban
del techo de los sótanos o en galponcitos especialmente acondicionados para
este menester.
Además de todos estos clásicos
embutidos, también se elaboraba Kalra y se derretía grasa, que luego era
guardada para preparar la comida a lo largo del año, y los chicharrones
obtenidos de su derretido, se incorporaban en el amasado de pan que se horneaba
en la cocina a leña o en el horno de barro. Con la grasa, asimismo, se cocinaba
jabón para lavar y que, en definitiva, se usaba para todos los quehaceres
domésticos.
Lo habitual era que las familias
carnearan dos veces al año pero, también había, pocas, es cierto, que lo hacían
tres veces al año.
Si bien es cierto que esta
costumbre se ha ido perdiendo, también es cierto, que en muchas colonias y
aldeas, como en muchos campos, todavía se conserva y de desarrolla tal cual
como en los viejos tiempos. (Autor: Julio César Melchior).
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