Julien Dupré (1851-1910) |
Lentamente
comenzaron a vestirse, sin embargo. Los tres eran conscientes que no tenían
manera de escapar a la rutina diaria: las vacas lecheras debían ser ordeñadas.
Había que vender la leche. Del dinero de esa venta dependía el sustento de la
familia. Una familia que cayó en desgracia, hace dos meses, cuando su padre
murió aplastado por un carro, mientras era reparado sin extremar demasiado las
medidas de seguridad. El exceso de confianza generalmente se paga muy caro en
el campo.
Una
vez vestidos y abrigados con gruesos pulóveres tejidos con lana de oveja hilada
en la rueca por la abuela, salieron detrás de la madre rumbo al tambo.
Llovía
una lluvia mansa pero persistente. El frío parecía cortar la piel. Los niños
tiritaban.
Los cuatro, la madre y sus tres hijos, comenzaron a ordeñar bajo la lluvia, chapoteando en el lodo hecho de barro, excremento y orina que los animales iban dejando tras de si mientras eran ordeñados. El rostro y las manos coloradas por el frío. Entumecidas. La lluvia los empapaba, les nublaba la vista. María, la más pequeña, lloraba en silencio. No se quejaba porque sabía que era inútil. Su madre no se compadecería. No se podía dar el lujo de perder a un trabajador: las vacas tenían que estar ordeñadas y la leche en los tarros, puestos en la tranquera, para las ocho, hora en que pasaba el camión de la fábrica de productos lácteos.
Los cuatro, la madre y sus tres hijos, comenzaron a ordeñar bajo la lluvia, chapoteando en el lodo hecho de barro, excremento y orina que los animales iban dejando tras de si mientras eran ordeñados. El rostro y las manos coloradas por el frío. Entumecidas. La lluvia los empapaba, les nublaba la vista. María, la más pequeña, lloraba en silencio. No se quejaba porque sabía que era inútil. Su madre no se compadecería. No se podía dar el lujo de perder a un trabajador: las vacas tenían que estar ordeñadas y la leche en los tarros, puestos en la tranquera, para las ocho, hora en que pasaba el camión de la fábrica de productos lácteos.
Un
relámpago cruzó el cielo. Luego otro. Y otro más. Hasta que un diluvio comenzó
a caer. Pero nadie interrumpió su
labor. La consigna era trabajar con normalidad, ignorando el clima. La
supervivencia de la familia dependía de ello y la madre y los tres hijos lo
sabían. Y por eso, también sabían, que no les quedaba elección. (Autor:
Julio César Melchior).
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