Mi madre tiene las manos
ajadas de tiempo,
años que se han ido
y se han perdido
en la bruma del ayer,
dejando atrás las caricias
que le prodigó a sus niños,
en las largas noches de insomnio
junto a la cuna,
velando el sueño afiebrado
de un hijo que se trocaba en ángel.
ajadas de tiempo,
años que se han ido
y se han perdido
en la bruma del ayer,
dejando atrás las caricias
que le prodigó a sus niños,
en las largas noches de insomnio
junto a la cuna,
velando el sueño afiebrado
de un hijo que se trocaba en ángel.
Mi madre tiene las manos
ajadas de tanto apretar
el rosario entre sus dedos,
implorando a Dios
durante las noches de infortunio,
cuando las tormentas acechaban
los dorados trigales,
y un cielo aciago
de indómitos truenos,
hecho de granizo y viento,
amenazaba con llevárselo todo.
ajadas de tanto apretar
el rosario entre sus dedos,
implorando a Dios
durante las noches de infortunio,
cuando las tormentas acechaban
los dorados trigales,
y un cielo aciago
de indómitos truenos,
hecho de granizo y viento,
amenazaba con llevárselo todo.
Mi madre tiene las manos
ajadas de recuerdos,
que la memoria
le susurra al oído,
mientras se mece
junto a la ventana,
viendo pasar las horas
en la risa de sus nietos,
que crecen a su amparo,
como otrora sus hijos,
cuando era joven.
ajadas de recuerdos,
que la memoria
le susurra al oído,
mientras se mece
junto a la ventana,
viendo pasar las horas
en la risa de sus nietos,
que crecen a su amparo,
como otrora sus hijos,
cuando era joven.
Autor: Julio César Melchior
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