Rescata

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miércoles, 23 de octubre de 2019

El despertador del fin del mundo

Sonó el despertador y fue tal el estruendo que generó, que don Mateo saltó de la cama desorientado y perplejo, imaginando un tiroteo, mientras doña Filomena al grito de Dios mío, es el fin del mundo, corrió a la cuna de su bebé que lloraba con desesperación.
Don Mateo caminó a tientas hacia la cocina tropezando en la oscuridad con zapatos, prendas, cobijas y algún niño que también llegaba corriendo desde la otra habitación, gritando aterrados, donde dormían sus otros seis hijos.
Al llegar a la cocina, tomó el atizador de la cocina a leña como arma de defensa, y abriendo la puerta, salió al patio. Detrás de él, venía doña Filomena, con el bebé en brazo, rogándole prudencia a su esposo, y los tres niños mayores, uno con el palo de amasar, otro con la sartén y el tercero, con un cuchillo en la mano.
Afuera no se veía otra cosa que las vacas en el corral esperando ser ordeñadas y el caballo pastando en el patio. Los animales giraron sus cabezas para mirar la comitiva humana rumiando parsimoniosamente. Nada parecía estar fuera de lo normal. Los perros saltaban alrededor de los niños contentos de verlos a tan altas horas de la noche.
Qué es lo que había sucedido? -se preguntaban todos desconcertados, luego de recorrer los galpones, los carrales y el patio. En el galpón reinaba el orden habitual, en los corrales no faltaba ningún animal y en el patio reinaba el silencio.
El batallón, encabezado por don Mateo, seguido por su esposa y sus tres hijos, regresó a la vivienda mascullando preguntas a las que que no le encontraban respuestas. Sobre todo a una: quién o qué cosa había originado tanto alboroto a las dos de la madrugada?
La respuesta recién la encontraron a la mañana siguiente, a la luz del día cuando descubrieron dos tarros y dos relojes despertadores desparramados por el piso. Esto fue la causa! -exclamó furioso don Mateo. Y se dirigió a los gritos a la habitación en la que dormían sus hijos. Cinto en mano, los sacó de la cama, repartiendo cintazos a diestra y siniestra. Algunos de los niños salieron corriendo mientras otros se refugiaron debajo de la cobija, protegiéndose de los golpes. Ninguno parecía entender nada, salvo uno, el más travieso de los seis, a la sazón con diez años de edad, cerebro de tamaña broma. Había colocado dos relojes despertadores antiguos dentro de dos tarros, para que, al sonar generaran mayor estruendo, y los había acercado, sigilosamente, a la cama donde dormían sus padres, para que sonaran a las dos de la mañana, en vez de a las cuatro, la hora habitual en que la familia se levantaba para salir a los corrales a ordeñar. (Autor: Julio César Melchior).

2 comentarios:

  1. Una historia muy linda y con mucha realidad. Excelente. Gracias

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  2. Me ha gustado mucho la forma en que esta narrado. Gracias

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