Rescata

WhatsApp: 011-2297 7044. Correo electrónico historiadorjuliomelchior@gmail.com

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Abuela trabajó hasta los últimos días de su vida

Trepó al banquito, del banquito a la silla y de la silla a la mesa, lentamente y con paciencia. Sobre la mesa, la esperaba un balde con agua jabonosa, lavandina, un trapo y un cepillo.
Llegó sobre la mesa, después de un laborioso y tedioso esfuerzo. Primero una pierna, luego la otra. Aferrándose al respaldo de la silla con ambas manos. A veces, la silla parecía moverse incapaz de sostener el cuerpo de la abuela.
Se incorporó a medias, tomó el trapo y lo hundió en le balde con agua jabonosa. Una vez, dos veces, tres veces, y a la cuarta lo estampó contra el techo y comenzó a restregar con fuerza. El agua comenzó a correr y deslizarse por su mano derecha, luego por el brazo y finalmente por la axila, dentro del vestido.
Cuando creyó oportuno, porque consideró que la suciedad no se desprendía tal y como ella deseaba, introduzco el cepillo en el agua jabonosa, le agregó lavandina, y comenzó a cepillar el techo frenéticamente, apretando con fuerza. Iba y venía sobre la mesa, con la cabeza inclinada hacia atrás, mirando hacia arriba, concentrada en su trabajo.
Empezó con el amanecer, empujando el banquito, la silla y la mesa, por todos los rincones de la cocina. Sin pausa y sin descanso. No almorzó. No había tiempo, pensaba. El trabajo tenía que estar concluido para la hora del mate.
Pero calculó mal. No tuvo en cuenta que habían transcurrido dos años desde que lavó el techo por última vez y que, durante ese tiempo, no solamente había subido de peso, sino que también había envejecido. Descubrió que a cierta edad, dos años eran mucho tiempo. Las piernas ya no la sostenían como antes, ni sus brazos tenían la fortaleza de antaño. ¿Cómo podía ser eso posible si ella había llevado a cabo ese trabajo durante toda su vida de casada?, se preguntó la abuela, que llevaba más de cincuenta años de feliz matrimonio. Los tres años de viudez no cuentan, opinó.
Sin embargo, la realidad es la realidad, y contra ella no se puede. Tuvo que reconocer la abuela. Estoy vieja, murmuró casi llorando. Ya no sirvo para nada. Ni el techo de mi propi casa puedo lavar.
Descendió de la mesa, temblando, muy, muy cansada, se sentó en la silla que estaba cerca de la cocina a leña, cubrió su rostro con las manos y comenzó a llorar desconsoladamente. Afuera anochecía. El sol se escondía en el horizonte, tras un velo de nubes, ocultando también su rostro, acongojado y triste. Ver llorar a la abuela de esa manera tan desconsolada, le generaba una profunda tristeza, que le desgarraba el alma. (Autor: Julio César Melchior). (Más historias como está en el libro “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”. Consultar al WhatsApp 011 2297-7044).

No hay comentarios:

Publicar un comentario