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domingo, 22 de noviembre de 2020

Laura aprende a cocinar las recetas de los alemanes del Volga

Desde hacía quince días Laura se pasaba los días instalada en la cocina de su madre, preparando uno tras otro, sin parar, distintos platos tradicionales de los alemanes del Volga. Le ponía tanto empeño a su labor, que su padre ya había engordado cinco kilos. La madre, molesta con este tema, no sabía qué hacer para que su marido aflojara un poco con sus ansias de comer hasta dejar perfectamente vacías y limpias todas las fuentes o, si no, comer hasta no dar más. Más de una vez, fue necesario socorrerlo a altas horas de la noche para calmar sus ataques al hígado. El más fuerte de la familia, parecía ser el abuelo, que comía y comía como un jovencito y nada le caía mal.
Laura, a medida que cocinaba, también iba aprendiendo a conocer nuevos sabores, colores, aromas, y a perfeccionar no solamente su cultura culinaria sino sus conocimientos del manejo de los diferentes utensilios de la cocina en general, como asimismo estudiaba y perfeccionaba sus rudimentarios conocimientos respecto al manejo de la cocina a gas, sobre todo la graduación de la temperatura del horno, donde preparaba todas sus comidas.
Como toda aprendiz de cocinera, porque en realidad era eso: una aprendiz, ya que Laura no pasaba de haber preparado algún que otro plato ayudando a su madre, a lo largo de los años, era perseverante, detallista, pulcra, cuidadosa en el manejo de los ingredientes, pero también algo descuidada y olvidadiza al momento de controlar el tiempo de cocción o la permanencia de una preparación dentro del horno.
Así es que, más de una vez, los comensales tuvieron que comer unos Kleis un poco pasados, un Strudel casi chamuscado, o unos fideos caseros apelmazados.
Nadie se quejaba demasiado, porque todos valoraban la pasión que Laura le ponía para rescatar y aprender las recetas familiares. Salvo Benjamín, el más pequeño de la casa, de seis años, que se quejaba y alzaba la voz, cada vez que veía algo negro en su plato. Sus berrinches se hicieron tan frecuentes, que la familia se acostumbró a escucharlos y a Benjamín no le quedó otra que comer, almorzar o cenar, lo que comían todos, como se hacía antiguamente.
Un día, en pleno almuerzo, la madre de Laura le preguntó:
-No entiendo, hija, por qué de pronto se te dio por la gastronomía alemana. No lo entiendo.
-Dejala! -intercedió el padre. Está bien que continúe la tradición familiar. La nena es un orgullo. Cuántos quisieran tener una hija así.
-Vos lo decís, porque, al igual que el abuelo, morfan como bestias. Un día van a salir rodando de la cocina -opinó Sebastián el hijo de dieciséis.
Todos rieron.
-Hay otra cosa que me llama la atención -continuó la madre, mirando a su hija, que se servía un Wicknudel, el plato que Laura había preparado ese día. Cómo es posible que prepares todas las comidas, sin preguntarme nada. Ni ingredientes. Ni pasos a seguir. Nada! Vos decís que es para darme una sorpresa pero dónde aprendiste a cocinar todas estas comidas? En la Universidad de arquitectura? Creo que no. En Buenos Aires? Lo veo difícil. Casi imposible. Además apenas hace un año y medio que te fuiste a estudiar.
-Ahhhh! Es un secreto -respondió Laura picaramente, que se encontraba en casa de sus padres, en la colonia, a causa de la cuarenta dictada para prevenir el avance de la pandemia.
-Yo sé cuál es su secreto! -gritó Benjamín. Yo lo sé! Yo lo vi! Yo lo vi!
Laura lo miró furiosa. Si hubiera podido, le hubiera tapado la boca con un Wickelnudel, pero estaba sentada en la otra punta de la mesa.
-Quieren saber cuál es? -preguntó Benjamín.
Y sin esperar respuesta salió corriendo rumbo a la habitación de Laura y regresó de manera triunfante, agitando un libro.
-Acá está! Acá está! Acá lo tengo! Miren! Miren! Miren!
-Noooo -gritó Laura. Intentando quitarle el libro a su hermano.
Pero Benjamín la esquivó y le entregó la obra a su madre.
-A ver… -dijo la madre, mirando la tapa del libro. Conque este es tu secreto: "La gastronomía de los alemanes del Volga" -leyó la madre, del escritor Julio César Melchior. Lo dio vuelta, para leer la contratapa: "más de 150 recetas tradicionales de los alemanes del Volga".
Laura bajó la mirada, humillada, por sentirse descubierta.
-No, hija, no te pongas triste -intervino el abuelo. Vos no les hagas caso a ellos. Vos seguí cocinando la comida de nuestros antepasados. Lo hacés muy bien. La abuela, que en paz descanse, se sentiría muy orgullosa de vos. (Autora: María Rosa Silva Streitenberger).

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