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martes, 19 de enero de 2021

El regalo que hizo llorar a la abuela

Dos lágrimas rodaron por las mejillas de la abuela -mientras abrazaba el libro que su nieta le había obsequiado.
Lloraba en silencio un llanto contenido durante años. Uno de esos llantos que reparan y curan el alma. Esos llantos que redimen y reivindican toda una vida.
Porque ese libro era mucho más que eso, era la revalorización de su existencia y de la existencia de todas las mujeres de las colonias y aldeas de alemanes del Volga. Era una especie de diario íntimo contando sus secretos, para que todos comprendieran la angustia, el dolor y todo el sufrimiento reprimido que las mujeres tuvieron que soportar durante toda su existencia a causa del sistema patriarcal y los severos mandatos machistas y sociales, manteniéndola dentro del hogar y las obligaciones conyugales, sin espacios posibles para pensar un poco en sí mismas y en lo que verdaderamente querían hacer de sus vidas.
Tenían que trabajar desde niñas para colaborar en la economía familiar y en la crianza de la infinidad de hijos que sus padres concebían, casarse jóvenes, a veces, con un marido que el padre elegía, y volver a repetir el papel de sus madres: dedicarse al hogar, parir, criar y educar todos los hijos que Dios mandara, cocinar, lavar montones de ropa, coser, planchar, trabajar en la huerta, ayudar al marido en las tareas rurales y, como si todo eso no fuera poco, en ocasiones, también planchar o coser para afuera o trabajar de sirvienta para aportar un peso extra a la siempre exigua economía familiar.
Por eso la abuela lloraba y la nieta la dejaba llorar, para que desahogara tantos años de silencio y represión.
El libro que la nieta le había obsequiado y la abuela tenía abrazado junto a su pecho, se llamaba "La vida privada de la mujer alemana del Volga", del escritor Julio César Melchior.
La abuela recordó a su madre, que había parido y criado catorce hijos y fallecido a los 45 años. Recordó a todas las mujeres de su niñez que a los 50 años ya era consideradas ancianas y vestían de negro. Rememoró su propia vida. Sus años de trabajo en el campo. Las épocas de juntar bosta de vaca para la cocina a leña, ordeñar las vacas lecheras a las cuatro de la mañana, hornear el pan en el horno de barro, cocinar para ocho peones, además de su propia familia, compuesta por nueve niños, mantener un gallinero, un criadero de cerdos para la carneada, sembrar y regar la huerta, los frutales, ayudar al esposo en las tareas rurales, sobre todo en tiempo de cosecha, cuando la cantidad de peones se duplicaba o triplicaba, lo que significaba más hombres a los que cocinarles.
Recordó la primera noche que pasó con su marido, después de la fiesta de boda. El desconocimiento absoluto que tenía sobre el sexo, un tema tabú del que era pecado hablar. El pánico. El terror que sintió. Y el deseo de volver a casa, con su madre. En una sola noche, pasó de ser niña a mujer, sin punto intermedio. Y a los nueve meses nació su primer hijo. A los pocos meses, la abuela cumpliría 16 años.
-Sin embargo, no todo fue tan malo -se consoló. Amaba a mi marido y mis hijos me hicieron muy feliz. Además, la vida, en aquellos años, fue dura para todas las mujeres. Y no hay más remedio que aceptar el destino que Dios escribe para nosotros el día que nacemos.
Para obtener mayor información sobre el libro “La vida privada de la mujer alemana del Volga” comunicarse por privado o al 01122977044.

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