Rescata

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martes, 4 de mayo de 2021

El amor al terruño natal

Andrea llegó a su casa feliz. Había pasado por el correo a retirar un sobre que contenía un tesoro valioso para ella. Colgó su cartera en una silla, se quitó su abrigo y sin más rodeos, empezó a romper el sobre. Su corazón palpitaba expectante. Estaba ansiosa por ver su contenido, por volver a tener en sus manos lo que sentía le pertenecía por herencia. A medida que se fue rasgando el papel sus ojos se fueron iluminando y abriendo de par en par. Frente a ella iba surgiendo el libro que tanto había ansiado conseguir. El libro en el que estaba segura iba a encontrar una partecita importante de su madre y de su abuela como así también los sabores y los aromas de su infancia. El libro era “La gastronomía de los alemanes del Volga”. Con delicadeza y suma curiosidad, comenzó a hojearlo y a detenerse en cada título de las comidas que le rememoraban su niñez, las manos de su abuela, el rostro de su madre, los almuerzos de domingo en familia y un mundo de felicidad que había quedado allá lejos, en el espacio y en el tiempo, el día que ella había decidido abandonar la colonia para mudarse a Buenos Aires a estudiar.
Desde ese día habían transcurrido veinte años. Veinte años en los que solamente había saboreado y degustado las comidas de su hogar cada vez que volvía de visita a la casa de sus padres. Que siendo sincera consigo misma, en los últimos diez años, solamente había regresado tres veces. Recibirse, trabajar, casarse, después los hijos, le insumían todo el tiempo. Y a pesar de que ella sabía que ese transcurrir de los meses, días y años, la iban alejando cada vez más no solamente de su terruño natal sino también de sus padres, sentía que no había manera de hacerse un tiempo en su apretada agenda. Y eso la hacía sufrir. Porque un día no habría casa a la que volver ni padres a los que abrazar.
Por eso estaba feliz con el libro. Estaba empeñada en volver a cocinar todas las recetas que la habían alimentado durante su niñez y de esa manera trasladar a su hogar de la Capital Federal un poco del amor de sus padres y del recuerdo de su abuela, que siempre la esperaba con Kreppel frescos espolvoreados con abundante azúcar.

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