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domingo, 24 de marzo de 2024

Así celebraban la Semana Santa los alemanes del Volga

Kleis, una de las consumidas que más
cocinaban el Viernes Santo,
día de ayuno y abstinencia total de carne
La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos, una de las conmemoraciones más importantes para la cristiandad.
Muchos fieles van a misa con ramos de olivo -símbolo del recibimiento de Cristo en Jerusalén- para que sean bendecidos. Portando esas palmas y ramos se organiza una procesión, en recuerdo de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén. En tanto que, durante la Semana Santa propiamente dicha, se celebraban tres ritos solemnes para evocar la pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo. El Jueves Santo: la institución de la eucaristía; el Viernes Santo: las lecturas de las Sagradas Escrituras, oraciones solemnes, y la veneración de la cruz rememoraban la crucifixión de Cristo; y el Sábado Santo: conmemoraba el entierro de Cristo; los oficios de vigilia de medianoche inauguran la celebración de la Pascua de Resurrección.
Con el Domingo de Ramos se evoca la entrada de Cristo en Jerusalén. Según la fe católica, el pueblo judío le dio la bienvenida agitando ramos de olivo. A partir del jueves próximo -día que se conmemora la Ultima Cena- la liturgia religiosa adquiere mayor importancia. El viernes santo se evoca el tormento de Cristo en su marcha hacia el Calvario y el domingo, con la Pascua de Resurrección, se festejará el paso de la muerte a la vida del Hijo de Dios.
La Pascua constituye el fundamento sobre el cual se asienta y gira toda la vida del cristianismo. Es festejada por millones de fieles en todo el mundo y el Papa da la bendición en una misa urbi et orbi desde la Basílica de San Pedro.
La ley del ayuno la observaban los antiguos con sumo rigor. No contentos con cercenar la cantidad del alimento, se privaban totalmente de carnes, huevos, lacticinios, pescado, vino y todo aquello que el uso común consideraba como una gratificación. Hacían sólo una comida diaria, después de la misa, que terminaba al declinar la tarde; y esa única comida solamente consistía en pan, legumbres y agua, y, a veces, una cucharada de miel. Con la particularidad que ninguno se eximía del ayuno, ni aún los jornaleros, ni los ancianos, ni los mismos niños de más de doce años de edad; tan sólo para los enfermos se hacía una excepción, que debía ser refrendada por el sacerdote. A estas penitencias añadían otras privaciones, tales como la continencia conyugal, la supresión de las bodas y festines, de las reuniones del Consejo del Pueblo, de los juegos, recreos públicos, caza, deportes, etc.
De este modo se santificaba no ya solamente en el templo, como ahora, sino también en los hogares, y hasta en todos los lugares tanto de trabajo como de diversión. Es decir, que el espíritu de Semana Santa tutelaba la vida de toda la sociedad cristiana aldeana.
Los templos se veían privados durante los oficios cuaresmales del alegre Aleluya, del himno Angélico Gloria in excelsis, de la festiva despedida Ite missa est, de los acordes del órgano, de los floreros, iluminaciones y demás elementos de adorno, los crucifijos y las imágenes, que se cubrían con telas de color morado. El contenido exterior de la liturgia acentuaba los cantos graves y melancólicos del repertorio gregoriano y el frecuente arrodillarse para los rezos corales.
Durante la Semana Santa, las colonias cambiaban totalmente su aspecto. No se oían los suaves acordes de los “Schnerorgellier” y los colonienses que andaban por las calles lo hacían en profundo silencio.
El Jueves Santo, durante la Misa, en que se celebraba la Ultima Cena de Cristo y la ceremonia de lavar los pies para rememorar el lavado de pies de los discípulos de Cristo, el templo quedaba de pronto en silencio y a oscuras: súbitamente los fieles comenzaban a entonar el himno sagrado Gloria in excelsis al tiempo que comenzaban a repicar todas las campanas (que se “volaban” y permanecerían mudas hasta el sábado a la noche, cuando “regresarían”, haciendo el mismo estruendo que ensordecía a toda la colonia). Desde ese momento, solamente las matracas (Klapperer) de los campaneros anunciaban el inicio de la misa, durante los dos días subsiguientes.
El Viernes Santo, los fieles concurrían a misa vestidos de colores oscuros o de negro. Se conmemoraba la muerte de Jesucristo. Era un día dedicado a la penitencia, el ayuno y la oración. La liturgia se componía de cuatro partes diferenciadas: lecturas bíblicas y oraciones solemnes, incluyendo la lectura de la Pasión según san Juan, la adoración de la cruz, la comunión de los fieles y las devociones populares. También se realizaban procesiones por las calles, en las que los niños iluminaban su camino llevando en las manos farolitos (Fackellier), adornados con papel crepé, entonando cánticos religiosos y orando devotamente. En muchas esquinas se instalaban pequeños altares preparados por los vecinos.
El Sábado Santo por la noche, se hacía el remedo de quemar a Judas, el traidor de Jesús. Y el Domingo de Pascua se asistía a misa con los corazones alborozados para celebrar la resurrección del Señor.
Al atardecer se organizaban animadas tertulias y bailes. Hecho que se reiteraba los lunes y martes. Siempre con una masiva participación popular.

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