Rescata

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domingo, 13 de julio de 2025

La educación de la abuela

Libro que rescata la vida cotidiana, 
con sus costumbres y tradiciones,
de las mujeres alemanas del Volga.

 Mi abuela me contó un día que su educación no fue en una escuela con cuadernos y pizarrón, sino dentro de las cuatro paredes de su casa. Desde muy chica, su destino era ser la encargada de las tareas domésticas y el cuidado de sus hermanos menores, un rol que no daba tregua.
Describía con detalle cómo se desenvolvía en esas jornadas interminables. El ritual de lavar la ropa, por ejemplo, era una odisea: no había lavarropas, solo un fuentón grande de chapa de agua fría y una tabla de lavar rugosa. "Mis manos se ponían rojas, casi moradas del frío y de tanto frotar", recordaba, simulando el movimiento con sus viejas manos. "Había que restregar cada prenda, los pantalones de mi papá llenos de barro y grasa del campo, las camisas de los hermanos… y después escurrir con toda la fuerza para que secaran más rápido".
Y lo más impactante es que cada gota de agua que usaba para todo eso no venía de una canilla: "Toda el agua había que sacarla de la bomba del patio, balde a balde", decía, haciendo un gesto de bombeo. "Si no sacaba yo el agua, no había para lavar, ni para cocinar, ni para beber".
"Mientras la ropa se secaba al sol, yo estaba en la cocina, con una olla en el fuego", relataba. Era común que, mientras revolvía un guiso, tuviera a uno de sus hermanos en la cadera o al más pequeño gateando a sus pies. No había tiempo para el ocio. Además de todas esas labores, también ayudaba a sus padres en la huerta familiar, donde aprendió a distinguir las malezas de los brotes y a cosechar lo que luego sería el alimento de la mesa. Y no menos importante, pero quizás menos agradable, era la tarea de limpiar el gallinero, una labor rústica pero esencial para mantener a las aves sanas y asegurar los huevos del día.
En aquella época, la división de tareas entre hombres y mujeres era muy marcada. Los hombres se dedicaban casi exclusivamente a las labores del campo, como arar, sembrar, cuidar el ganado y todo lo que implicaba el trabajo fuera del hogar para proveer el sustento principal. Mientras tanto, las mujeres como mi abuela cargaban sobre sus hombros con la totalidad de las tareas domésticas y el cuidado familiar.
Además, había una diferencia fundamental que marcaba el destino: las mujeres, en la mayoría de los casos, no concurrían a la escuela. La educación formal estaba reservada principalmente para los varones, o era un privilegio al que solo accedían algunas familias. Mi abuela, al igual que muchas de su generación, aprendió a leer y escribir lo poco que pudo en casa, o no lo hizo en absoluto. Su tiempo y energía estaban completamente dedicados a las responsabilidades del hogar y la familia, perpetuando un ciclo de trabajo y dedicación que, aunque esencial para la supervivencia, limitaba severamente sus oportunidades y horizontes. Su vida fue un testimonio vivo de cómo las mujeres eran el pilar de la familia en condiciones que hoy nos parecerían impensables.

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