El labrador escucha las campanas de
la torre de la iglesia, allá lejos, en el horizonte, entre la bruma de la
neblina, en el centro de la colonia, que llaman a rezar el Ángelus del
atardecer.
El labrador deja su labor y ora. La
cabeza baja, las manos unidas, el alma en diálogo con Dios.
Después desata el caballo del arado
mancera. En silencio. En paz consigo mismo.
Las estrellas surguen, una a una, en
el cristalino cielo invernal.
Camina lento rumbo al pueblo,
silbando contento.
El caballo relincha.
Sopla una brisa fresca.
El labrador sube el cuello de su
saco. Sudoroso. Cansado. Sucio.
¡Vuelve a la colonia luego de un
arduo día de trabajo!
Muy buena esa semblanza del labrador
ResponderEliminarMuchas gracias, Rubén!!!
ResponderEliminarMuy buena la descripción del atardecer invernal, en las tierras del labriego. Felicitaciones!
ResponderEliminarMuchas gracias, María Teresa!
ResponderEliminarBellísima descripción!!!
ResponderEliminarMuchas gracias, Martha!
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