Por Pablo Giménez
Pasamos buena parte de
nuestra existencia cultivando estos estereotipos. Hasta que un día el padre héroe
comienza a pensar todo el tiempo, protesta bajito y habla de cosas que no
tienen ni pie ni cabeza. La heroína del hogar comienza a tener dificultades
para terminar las frases, y empieza a enojarse con la empleada.
¿Qué hicieron papá y
mamá para envejecer de un momento a otro? Simplemente envejecieron… Nuestros
padres envejecieron.
Nadie nos había
preparado para esto.
Un bello día ellos
pierden la compostura, se vuelven más vulnerables y adquieren unas manías
bobas.
Están cansados de
cuidar de los otros y de servir de ejemplo: ahora llegó el momento de ellos, de
ser cuidados y mimados por nosotros.
Tienen muchos
kilómetros andados y saben todo, y lo que no saben lo inventan.
No hacen más planes a
largo plazo, ahora se dedican a pequeñas aventuras, como comer a escondidas
todo lo que el médico les prohibió.
Tienen manchas en la
piel.
De repente están
tristes.
Más no están caducos:
caducos están los hijos, que rechazan aceptar el ciclo de la vida.
Es complicado aceptar
que nuestros héroes y heroínas ya no están con el control de la situación.
Están frágiles y un
poco olvidadizos, tienen este derecho, pero seguimos exigiendo de ellos la
energía de una usina.
No admitimos sus
flaquezas, sus tristezas.
Nos sentimos irritados
y algunos llegamos a gritarles si se equivocan con el celular u otro aparato
electrónico; y encima no tenemos paciencia para oír por milésima vez la misma
historia, que cuentan como si terminaran de haberla vivido.
En vez de aceptar con
serenidad el hecho de que adoptan un ritmo más lento con el pasar de los años,
simplemente nos irritamos por haber traicionado nuestra confianza, la confianza
de que serían indestructibles como los superhéroes.
Provocamos discusiones
inútiles y nos enojamos con nuestra insistencia para que todo siga como siempre
fue.
Nuestra intolerancia sólo
puede ser miedo. Miedo de perderles, y miedo de perdernos, miedo de dejar
también de ser lúcidos y joviales.
Con nuestros enojos, sólo
provocamos más tristeza a aquellos que un día sólo procuraron darnos alegrías.
¿Por qué no
conseguimos ser un poco de lo que ellos fueron para nosotros?
¿Cuántas veces estos
héroes y heroínas estuvieron noches enteras junto a nosotros, medicando,
cuidando y bajando fiebres?
Y nos enojamos cuando
ellos se olvidan de tomar sus remedios, y al pelear con ellos los dejamos
llorando, tal cual criaturas que fuimos un día.
El tiempo nos enseña a
sacar provecho de cada etapa de la vida, pero es difícil aceptar las etapas de
los otros.
Mas cuando los otros
fueron nuestros pilares, aquellos para los cuales siempre podíamos volver y
sabíamos que estarían con sus brazos abiertos, y que ahora están dando señales
de que un día irán a partir sin nosotros.
Hagamos hoy por ellos
lo mejor, lo máximo que podamos, para que mañana cuando ellos ya no estén más,
podamos recordarlos con cariño, recordar sus sonrisas de alegría y no las
lágrimas de tristeza que ellos hayan derramado por causa nuestra.
Al final, nuestros
héroes de ayer… serán nuestros héroes eternamente.