Bajó la cabeza. Se sentía desolado. Su interior era un campo devastado
por el viento de la muerte. Un cielo gris y un horizonte oscuro. Sin sol y sin
pájaros. Un campo donde hasta ayer nomás habían florecido rosas y hoy sólo
había hojas secas y arena. Un universo en donde ni siquiera había lugar para
las palabras. Tal era la devastación, tal la desolación.
Miró el retrato. Lo observó en detalle. Lo apretó con fuerza y el
cartón color sepia se resquebrajó y rompió. Los pedazos escaparon de entre los
dedos como los últimos suspiros de su esposa fallecida hace veinte días, luego
de una breve y dolora enfermedad.
Nada importaba ya. Absolutamente nada.