El antiguo
reloj de pared marca los segundos. Tiempo que pasa y no vuelve como no vuelven
los seres queridos que se fueron vaya uno a saber bien por qué. A veces, ni
ellos mismos lo saben. El destino se los lleva arrastrándolos a seguir su
camino. Y nos dejan llorando su ausencia sin mirar atrás ni retornar jamás a
consolarnos.
Así
transcurren los minutos, las horas, los días… y la vida misma. Llevándose todo.
Hasta la existencia. Sin importarle si fuimos o no felices. ¿Es el tiempo que
pasa o nosotros que pasamos por el tiempo? Todo parece tan frágil y a la vez
tan eterno. Nuestra vida depende de mil avatares y sin embargo, a la vida misma
da la sensación de importarle bien poco si estamos aquí o no. Todos somos
prescindibles. Y lo sabemos. Aunque no queramos admitirlo.