Por Natalia Brun
Que años aquellos en los que se respetaba
tremendamente a nuestros abuelos. Parece un tiempo olvidado y nostálgico, en el
que el vidrio se ha empañado de humedad hasta no dejarnos ver para el otro
lado.
Nuestros mayores, han vivido los años que nosotros no. Ellos han acumulado
un sin número de experiencias que nosotros NO. Nos han dejado lo mejor de ellos
para que hoy seamos quien somos. Nos han brindado lo mejor de sus años para que
hoy podamos desenvolvernos como lo hacemos. Han trabajado y luchado hasta el
cansancio para que tengamos todo lo necesario.
¿No infunde el mayor de los respetos una persona que tiene todo esto en su
haber?
Nos olvidamos a diario de lo importante que fueron y son en nuestras vidas.
Nos olvidamos que gracias a que ellos nos precedieron, hoy estamos aquí. Nos
olvidamos que estamos vivos gracias a que ellos nos dieron la vida y nos
alimentaron. Nos olvidamos de ir a pedirles consejo. Entendemos que la
sabiduría es del que más estudios tiene, cuando en realidad, nada hay más lejos
de eso. La sabiduría es experiencia bien vivida y aprendida.
¿Por qué dejamos a nuestros mayores a la buena de Dios? ¿No sería más
correcto acompañarlos en la vejez, como ellos nos acompañaron en nuestro
desarrollo? ¿No seríamos mejores personas, viendo la ancianidad de cerca y
llenarnos de su amor? ¿Qué nos pasa que dejamos a estas personas que nos
merecen más que nadie, tirados solos en sus casas vacías o en un hogar de
ancianos? ¿Qué derecho tenemos de menospreciar a nuestros ancestros?
Ellos fueron nuestros pioneros. Llevan gravadas las enseñanzas de toda una
vida. Cuidar de ellos, acompañarlos, vivirlos hasta su final, creo que más que
un deber, es una necesidad inmediata.
Mi padre falleció de cáncer hace 6 meses. Yo estuve con el prácticamente
toda mi vida, inclusive, recién casada, viví su último año y medio con él.
Disfrutarlos hasta lo último, hasta que duela, les aseguro, que a pesar de ser
costoso (porque uno ve su agonía), es una bendición.
No puedo explicar con palabras, lo que significa poder cuidar de nuestros
padres. Una paz tan grande queda en nosotros cuando no están...
El día que se mueren, yo se los aseguro, es el peor día de nuestras vidas. Doloroso
es una palabra muy pequeña para describirlo.
Por eso, no esperemos a que se vayan, ellos no esperaron para educarnos y
alimentarnos. Ellos estuvieron ahí, justo a nuestro lado.
Lo que menos se merecen es morir en soledad. A ellos les encanta dar sus
preciosos consejos y contar sus interminables historias.
La ancianidad, nos toca a casi todos.
Hagámosla tan digna como era en un principio. Los
invito a quedarse con sus almas llenas y en paz.