Tornquist
e-mail: raicesdelvolga@hotmail.com
Por estos días tuve la posibilidad que muy pocas veces en mi
vida he tenido: observar el mar. Si, el mar ese inconmensurable e infinito
paisaje oceánico que nos hace sentir tremendamente pequeños parados en la playa
e increíblemente grandes ante la posibilidad de contemplar esa maravillosa obra
de la naturaleza.
Las olas rompen en la limpia arena con un sonido tan característico
y a la vez tan majestuoso, llevando y trayendo
innumerables objetos que cayeron a las aguas vaya a saber uno donde y cuando.
Mirando a la distancia ante semejante inmensidad
no es demasiado difícil pensar e imaginar el ajetreo del viaje que
desarrollaron hace más de un siglo nuestros queridos viejos alemanes del Volga
en esas embarcaciones cuyas comodidades mucho distan de las actuales, lanzados
a lo desconocido, a nuevos horizontes para ellos y su descendencia. Viajaron en
condiciones muy lejos de las ideales en cuanto a comodidad, higiene y compañía,
entre otras cosas. Era un numeroso grupo de corajudos que por varias decenas de
días surcaron los mares en medio de tormentas, vientos y también días buenos.
Eran las mismas aguas que hoy vemos: el mismo
color, la misma salinidad, el mismo sonido, las que trajeron a nuestros abuelos
a estas tierras. Esas mismas aguas que acarician las costas de los continentes,
aguas decididas y firmes como el convencimiento de aquellos capaces inmigrantes
que las navegaron.
Nunca olvidemos estas
cosas que forman parte inexorable de nuestra cultura, palabra esta que no solo
significa escuchar Beethoven, leer Borges, sino que es también cultivar la
tierra, enseñar, tener don de gente, y sobre todo saber de dónde venimos.