“El
sol alejaba su mano de mi regazo y el frío se iniciaba en una carrera lenta
pero cierta, las hojas pasaron de verdes frondosas a amarillo y el otoño nos
llenaba de frío. Entre su risa y la sorpresa dejaba ver su humanidad mezcla de
fuerza y fragilidad, de dulzura y dolor. No era alguien que desde lejos llamara
la atención; pero era una persona a quien se podía amar entregando el corazón y
todas las ilusiones de la vida. Sobre todo después de buscar durante toda la
existencia una verdad que jamás encontré. Nunca supe ser feliz y jamás encontré
al amor de mi vida. Al menos hasta hoy, aquí, en este hogar para ancianos de Rosario”
–cuenta Margarita Resch en una carta escrita para ser publicada en Periódico
Cultural Hilando recuerdos.
“Jamás
tuve respuestas. En cada recodo de mi existencia tropezaba con más y más
preguntas. Jeroglíficos que no lograba descifrar y que me desviaban de mi
destino a cada paso que daba. Sólo dejé huellas muertas y manos vacías. Y al
mirar atrás no encuentro más que soledad y silencio. Ninguna voz querida que me
extrañe ni que repita mi nombre con dulzura llamándome. Mis padres han muerto y
son los únicos que pudieran necesitarme. No hay
nadie en mi pasado. Ni había nadie en mi futuro cuando tomé la decisión
de venir a vivir a este hogar para ancianos. Estaba desahuciada, completamente
desamparada y frustrada de todo y de todos. Sentía que había vivido en vano. En
pocas palabras: estaba más cerca del suicido que de la vida.
“Hasta
que un día el amor logró penetrar en mi soledad. Y lo hizo de la manera más
insólita he inesperada. Cuando ya no tenía esperanzas y me había abandonado a
sobrevivir en este hogar para ancianos. Fue aquí donde me enamoré y donde me
casé. Y donde aprendí a ser feliz”.