“Los chicos
de la colonia soñaban con ser "campaneros de Semana Santa"
(Klapperer) y hasta los más pequeños importunaban a sus padres para
sonsacarles el permiso, e iban confiados a algún amigo mayor que ellos. Y ahí
se desplazaba el grupo, siguiéndole a prudencial distancia los perros fíeles,
cuyos amos eran una máquina de ruido. La muchachada se la pasaba en la calle matraca al hombro,
anunciando a viva voz los horarios de las misas, y comunicando que su llamado
correspondía a los tres consabidos toques de las campanas, rubricando el pregón
con: Zum ersten mal, zum zweiden mal, zum dritten mal!" (¡Primera, segunda
y tercera!) y cerrando el todo, con un ensordecedor ruido de los instrumentos
especiales”.
Padre José Brendel
Die Klapperer
Ya meses
antes, se trabajaba en la fabricación de matracas e instrumentos de propia
invención (Raschpel), para intervenir en la Agrupación de
campaneros que suplirían el silencio de las campanas entre el Jueves y el
Sábado Santo, o como se decía "die Klocken fliegen fort" (se vuelan
las campanas).
Llegado el
momento, se reunía el grupo en la
Parroquia , para ser admitido oficialmente con derechos y
obligaciones en la Co fradía,
y para recibir las instrucciones de caso, y presentar al sacerdote las armas de
combate, que eran poderosas matracas, capaces de hacer callar a una chicharra.
En número de hasta cuarenta se salía a anunciar los diversos actos del programa
y el Ángelus, que era especialmente importante, porque había que levantarse
de madrugada, recorriendo las calles en penumbras, cantando el Ave Maria
Gracia plena! Con ese motivo, fuera de las horas rituales en el templo, la
muchachada se las pasaba en la calle matraca al hombro, anunciando a viva voz
los horarios, y comunicando que su llamado correspondía a los tres consabidos
toques de las campanas, rubricando el pregón con: Zum ersten mal, zum zweiden
mal, zum dritten mal!" (¡primera, segunda y tercera!) y cerrando el todo,
con un ensordecedor ruido de los instrumentos especiales.
De madrugada,
el punto de reunión era el viejo y abandonado salón capilla, y allí al alba, y
a la luz de una vela, medio dormidos aún, esperaba la trupp el momento de salida,
que daría el Schulmeister. El salón distaba un buen tiro de honda de la
iglesia, lo que atemperaba el bullicio de los muchachos, a pesar de los que gritaban más, exigiendo a veces la
dictatorial intervención del Padre, con algún "sopapo" perdido, con
lo que a la postre no se remediaba nada.
Los chicos de
la colonia soñaban con ser "campaneros de Semana Santa" (Klapperer) y
hasta los más pequeños importunaban a sus padres para sonsacarles el permiso,
e iban confiados a algún amigo mayor que ellos. Y ahí se desplazaba el grupo,
siguiéndole a prudencial distancia los perros fíeles, cuyos amos eran una
máquina de ruido.
Todo ese
trabajo —pues no dejaba de serlo— tenía una recompensa. El Domingo de Pascua y
después de la Misa Mayor ,
volvía a congregarse la trupp, ya fuera de servicio, y arrastrando un carrito
no mayor que un coche de bebé, rehacían el habitual recorrido, interesadamente,
para recoger su recompensa. Se iba de casa en casa, entrando en todos los
patios, para desear las Felices Pascuas a la gente que se divertía con ellos y
los esperaba, e inclusive les pedía la repetición de sus pregones, sobre todo
el del ÁNGELUS, que cantaban a voz en cuello, mientras el ruido subía en
crescendo y al ritmo de las dádivas de monedas y huevitos de Pascua que daban
los dueños de casa, y los que al fin del recorrido, eran repartidos en total
entre los componentes de la agrupación.
Ya antes de entrar en un patio, el encargado de las
finanzas hacía cálculos de lo que dará Don Fulano, si mucho o poco, y según la
intención se atacaba en tono mayor o menor, con todas las repeticiones que se
pidieran, y que a veces eran muchas y provechosas. De paso se iba comiendo
torta pascual, entre canto y canto, ruido y ruido . . . por primera, segunda y
tercera vez..