Por José Ángel Buesa
como los viejos pozos en la tarde;
triste como el portón de la herrería
que hace cien años que no ha abierto nadie.
Ya le encuentro sabor de sed al agua,
viendo crecer un trigo miserable;
y todo se me va con el otoño,
pero Dios no lo sabe.
Dios no lo sabe, porque está allá arriba,
y yo acá abajo, triste a mi manera;
yo, que ya sé lo que no dice el viento
y de qué modo hay que pisar la yerba.
Dios no lo sabe, pero yo lo digo,
solo en la noche, solo en la tristeza,
y eso que sé que nada cambiaría
aunque Dios lo supiera.