En nuestros momentos de soledad no caigamos en
el error de hundirnos en la desolación. La soledad es un estado positivo para
entrar en diálogo con nuestro ser interior y conocernos a nosotros mismos:
¿Quiénes somos? ¿Qué pensamos? ¿Qué queremos de la vida? La desolación, sin
embargo, es dolor, es angustia, es orfandad, es la necesidad de algo o alguien
que nos acompañe, en resumen, es autodestructiva y culmina en la depresión.
Nada ni nadie es tan importante como para
merecer el sacrificio de nuestra salud psíquica y física. Nada ni nadie nos es
tan imprescindible para vivir, amar y ser felices, ni merece la pena de sufrir
por ello. Nada ni nadie justifica nuestra desesperanza y la entrega de nuestra
vida. Nosotros somos más importantes que cualquier cosa o persona. La cosa o
persona podrá vivir sin nosotros, si morimos o enloquecemos; pero nosotros no
podremos vivir sin nuestro cuerpo ni nuestra salud mental si le ocasionamos un
daño irreparable.
Aprendamos a vivir en soledad y a disfrutar de
ella para saber estar a solas con la persona que más debe importarnos en este
mundo: nosotros mismos. Y esto no es ser egoístas, todo lo contrario, es ser
conscientes de que para ayudar al prójimo, para amar y ser amados, para ser
feliz y hacer feliz, primero tenemos que estar bien con nosotros mismos.