-¡Soy famoso! ¡Soy
famoso! -ingresó a los gritos en la casa paterna el pequeño Hans Peter, de unos
dieciocho años, después de una semana de faltar de su hogar. Etapa en la que
sus padres lo esperaron con angustia y desesperación temiendo que se hubiera marchado
lejos como tantos hijos de las colonias en busca de mejores condiciones de
trabajo. -Ustedes nunca se enteran de nada. Claro, jamás leen el diario, cómo
se van a enterar de las grandes novedades que suceden en el mundo. Su hijo se vuelve famoso de un día para el
otro y ustedes como si nada, sentados, tomando la sopa, almorzando. Parece que
nada les interesa de mí. Ni siquiera mis hermanos que están ahí, mirándome con
la boca abierta y desconcertados. Son animales amaestrados y conformistas con su vida diaria, monótona y
trivial, conviviendo con caballos, vacas en el medio del campo.
El padre levantó la
vista del plato de sopa, herido en su orgullo más íntimo. La familia entera,
madre y ocho hermanos, lo observaron estupefactos ante tamaña afirmación.
-¿Y desde cuándo sabés
leer? -preguntó el padre ofendido con las palabras de su hijo y porque le
molestaba que le arruinaran el almuerzo con paparruchadas de la vida moderna y
sus chismes sin importancia práctica.
-Eso no es importante
-continúo Hans Peter. -No me venga con sermones. Ahora soy famoso, va a tener
que respetarme. Y logré serlo a pesar de no saber leer ni escribir. El diario
más importante de Coronel Suárez escribe sobre mí y publica una foto, en la
misma edición en la que aparece el Presidente de la República Argentina. ¡Vea
que orgullo, padre! No cualquiera tiene un hijo tan famoso. ¡Ni yo mismo lo
puedo creer todavía!
-¡Dame el diario! -se
lo arrebata bruscamente el padre, calzándose los anteojos. En su cabeza de
ideas prácticas no cabía el delirio que dibujaba ante sus ojos su hijo. Lo
juzgaba demasiado estúpido para alcanzar la fama de la noche a la mañana y
menos aún una persona con una personalidad interesante que valiera la pena ser
publicado en el periódico.
-¡Lea, lea, padre! Y
hágalo en voz alta para qu e escuchen mamá y mis hermanos. Que todos sepan de
mi fama. ¡Todos! ¡El pueblo entero debe enterarse que tiene un hijo famoso!
“En el día de la fecha
-comienza a leer el padre- Hans Peter..., oriundo de la Colonia..., fue
detenido por una comisión policial por causar desorden en la vía pública y por
desacato a la autoridad, resistiéndose al arresto en total estado de ebriedad.
-El padre levanta la vista y recién ahí descubre los moretones que tiene su
hijo en la cara y el estado desastroso en que está la ropa que viste. Obvia
decir que comenzó a bufar como un toro furioso. Pero se contuvo lo suficiente
para seguir leyendo. - Reducido por la comisión policial, luego de un arduo
despliegue ante la resistencia del reo, éste fue conducido a la comisaria,
donde pasó la noche hasta que fue puesto en libertad. Actuando como garantía su
abuelo, hombre probo y de intachable conducta”.
El padre volvió a
levantar la mirada, esta vez con los ojos rojos de rabia, enojado. Bullía de
bronca y de ganas de lavar semejante oprobio social.
Sin decir nada, volvió
a bajar la mirada, pensativo. Pero de pronto, sin mediar palabra, se puso de
pie de un salto, cinturón en mano, arrojando el plato de sopa y la silla por
los aires, dispuesto a darle una paliza que su hijo no iba a olvidar jamás.
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