La cocina a leña de mi infancia tenía aromas de todos los
sabores y colores, palpitaba sobre su corazón de bosta de vaca a modo de leña
produciendo llamas, el freír de Kreppel, y comidas tales como Kleis,
Wickelnudel, Maultasche y Varenick, entras otras muchas variedades, mientras
que en su interior, en el horno de hierro, se horneaban el Füllsen, los Dünne
Kuchen… y otras recetas culinarias que mamá heredó de la abuela y esta de la
suya y así de generación en generación, iniciando la secuencia histórica en
Alemania, continuándola a orillas del Río Volga, hasta llegar a la Argentina.
La cocina a leña de mi infancia me abrigó el alma en mis
primeros juegos infantiles, jugando a los caballitos y vaquitas con los Koser,
cerca de su calor, de su espíritu alimentado con Blatter (bosta) que mamá y
papá juntaban en el campo y ponían a secar durante el verano. También me
acompañó en las noches de invierno en que mamá me enseñaba las primeras letras
que nos daban como tarea las maestras: todavía parece que la oigo leer “mi mamá
me ama”, una de las clásicas lecturas de primer grado que todos aprendimos al
iniciar la escuela primaria.
La cocina a leña de mi infancia me acompañó en mis sueños de
adolescente, enfrascado a duelo con los problemas de matemáticas, en las dudas
lingüísticas del inglés, y la constante rebeldía de las hojas de doce columnas
de contabilidad. También, junto a ella, y a solas, lloré las primeras lágrimas
de amor, acongojado y triste porque la niña que amaba parecía no querer darse cuenta
de que me moría de amor por ella, un amor platónico que se apagó con los años,
como el fuego de la cocina.
La cocina a leña de mi infancia un día desapareció bajo las
sacrílegas manos del progreso, que la cambió por una cocina a gas moderna,
reluciente y más práctica. “Es más limpia, no genera ceniza; ni ensucia las
paredes con hollín...”, justificaron las mujeres y aceptaron los hombres. Y un
día la cocina “desapareció”. Y con ella un conjunto enorme de mis recuerdos
personales, que nunca volveré a vivir, ni a recordar mirando con nostalgia la
antigua cocina a leña de mi hogar materno, que fue vendida y, seguramente, está
tirada vaya a saber en qué rincón de alguna chacarita donde se tiran los
trastos viejos que no le sirven a nadie. (Autor: Julio César Melchior)
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