Los
pájaros trinan en el amanecer, surcando el cielo de la colonia rubia. Se
escucha el pregón del lechero, carnicero, panadero… Las voces de las amas de
casa que salen a la vereda a realizar su compra diaria. La algarabía de los
niños conversando en alemán. Los ruidos melodiosos que salen de la herrería,
carpintería… El silencioso parlotear de la tijera del sastre y el habla cansino
del martillo del zapatero.
El
sacristán echa a volar las campanas de la torre de la iglesia llamando a misa.
El sacerdote se apresta en la sacristía. Los monaguillos preparan sus
enseres. Las velas del altar arden. Doña
Agüeda reza el rosario sentada en el primer banco, junto a Doña Ana, ataviadas
de negro, las cabezas cubiertas con un pañuelo del mismo color, y las miradas
fijas en Jesucristo.
En
el campo, los hombres labran la tierra bajo un cielo estrellado de gaviotas.
Abren surcos en la tierra virgen para sembrar trigo. El trigo que florecerá en
espigas de harina, pan y hostias.
Y
en la inmensidad, los ojos de Dios velando a su pueblo: inmigrantes peregrinos
que llegaron de allende el Volga para hacer fructificar el suelo argentino.
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