Mi abuelo partió de la aldea
Kamenka, a los ocho años, junto a su madre y varios hermanos, para arribar a la
Argentina y reencontrarse con su padre, que había llegado unos años antes para
trabajar, edificar una vivienda y luego mandar a buscarlos a ellos y cumplir
con la promesa que había realizado al dejar las orillas del río, para escapar
de las hostilidades rusas y el prejuicio, el sufrimiento, la miseria, las
muertes por el hambre de seres queridos y amigos.
Aquí
se instalaron en Pueblo Santa María, en la que en aquel entonces se conocía
como la Matschgasse (Calle de barro), con la idea de continuar desarrollando la
profesión de zapatero, que venía llevando a cabo desde hacía muchos años. Para
eso había traído consigo sus materiales de trabajo y las maquinarias necesarias
para cortar cuero y fabricar zapatos. Y así lo hizo. Sus hijos crecieron. Mi
abuelo comenzó a llevar a cabo actividades relacionadas con la iglesia,
colaborando con el sacerdote y sus menesteres eclesiásticos. Andando el tiempo
se casó y formó su propia familia. Arrendó campo y logró cierta holgura
económica. La que se le escurrió de las manos cuando llegó la modernización y
los tractores de combustible comenzaron a reemplazar a los caballos. Esto
acaeció en su etapa de madurez, por lo que ya no pudo comenzar de nuevo. Fue
allí que retomó la profesión de su padre: zapatero. Y por años fue el zapatero
de la localidad. Lo fue hasta el día que murió, en el año 1972.
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