En nuestra niñez no había confites, ni
chocolates ni alfajores ni caramelos ni chupetines ni turrones, pero siempre
teníamos sobre la mesa fuentes llenas de Kreppel, de Dünne Kuche, de Strudel,
que preparaba mamá, para mimarnos el alma y estómago. Cuánta delicia en esas
tortas amasadas por las manos tiernas de nuestras madres en las madrugadas de
verano, luego de ordeñar las vacas. Esas manos dulces llenas de callos de tanto
trabajar en el campo, ayudando a papá en la huerta, en la cocina haciendo mil y
una tareas. En nuestra niñez no sobraba la plata para ir a un kiosco y comprar
golosinas, es cierto, pero eso no importaba porque mamá suplía todas esas
carencias, que no eran tales, con exquisitas comidas, tortas, dulces, mucha
ternura y mucho amor. ¿No es cierto?
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