Mi mamá tenía los ojos del mismo
color que la abuela, celestes del color del agua del río Volga y el cabello del
color de los trigales que estallaban llenos de espigas en los campos, que
florecían cerca de su añorada aldea, allá, en la lejana Rusia, donde quedaron
para siempre sus padres, cuando, junto con su marido y tres hijos, emigró a la
Argentina.
Mi mamá tenía las manos llenas de arrugas, como las manos de mi abuela, de
trabajar en la cocina, amasando el pan, trabajar la tierra, en la huerta, y
trabajar a la par de su marido, en en el surco.
Mi
mamá tenía el rostro curtido como el de mi abuela, por las largas noches de
insomnio, velando el sueño de sus hijos y el de su marido, cuando estaban
enfermos, curtido por el frío del invierno, el tórrido sol del verano, la
lluvia en otoño y el viento en primavera.
Mi
mamá tenía el cuerpo anciano y gastado como el de la abuela, con dolores de
huesos, vencido no solo por la edad sino por los rudos trabajos y los
sufrimientos.
Mi
mamá continuó la tradición y la legó a sus hijos. Valores de trabajo, honradez,
respeto, servicio al prójimo y entrega a la familia.
Mi
mamá, al igual que mi abuela, fue una mujer excepcional, como todas las madres
alemanas del Volga.
Por eso, en el "Día de
la Madre", a celebrarse próximamente en el mes de octubre, regalemos
libros que rescatan y perpetúan su memoria. Libros que llevan los siguientes
títulos: "La gastronomía de los alemanes del Volga", "La vida
privada de la mujer alemana del Volga ", "Lo que el tiempo se llevó
de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del
Volga", " Historia de los alemanes del Volga", que se pueden
adquirir por correo, por el sistema de contra reembolso, y personalmente en el
barrio de Belgrano, en Buenos Aires, y en Pueblo Santa María, en el Partido de
Coronel Suárez, en la Provincia de Buenos Aires.
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