El Viernes Santo (Karfreitag, en
la lengua de nuestros padres) era un día de lamentación para los alemanes del
Volga, un día en el que no se escuchaba música ni se cantaba ni se tocaban las
campanas en las iglesias porque el viernes es el día en el que se recuerda la
crucifixión de Cristo. Durante esta jornada, en la que en otras culturas
tradicionalmente sólo se comía pescado, entre los alemanes de las colonias, "era costumbre almorzar los típicos
Kleis o la tradicional Schnitsupp mit Derkreppel y, de cena, lo que hubiera en
la casa, en algunos hogares solamente un té con leche con pan", recuerda
María Gottfriedt. "Sobre todo en las casas de las familias más humildes de
la colonia".
"El
Viernes Santa era un día de profundo ayuno y abstinencia", agrega Rosa Schmidt.
"Todos comían lo justo y necesario. Y nada, absolutamente nada de
carne".
"El
silencio reinaba en la colonia. Casi un silencio total. Hasta los niños lo
debían respetar. No se escuchaban risas. Ni juegos bulliciosos. Las
conversaciones se reducían. Las ropas que las gentes vestían durante ese día
eran oscuras. Nada de color. Todo era luto y dolor, por la muerte de nuestro
Señor Jesucristo", agrega Pedro Lambrecht.
"Y
había que asistir a la iglesia, a participar de encuentros litúrgicos, a la
mañana a las nueve, a la tarde a las tres y a la noche. La iglesia siempre
estaba llena, tan llena que muchas personas participaban desde la vereda. Nadie
se retiraba a sus casas", concluye Agustín Denk. (Recopilación histórica
realizada por Julio César Melchior).
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