Rescata

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lunes, 11 de octubre de 2021

Los remedios caseros de antaño

Foto de https://www.novasan.com/
En nuestra infancia eran pocas las veces que nos llevaban al doctor, a menos que fuera algo muy grave. Para todo lo demás existían los remedios caseros y toda la sabiduría de mamá, que heredó de abuela y que ésta, a su vez, heredó de su madre, y así por generaciones.

Durante el invierno eran comunes los resfríos, gripe, tos y fiebre. Y para curarnos nuestros ángeles guardianes volcaban todos sus conocimientos de medicina natural sin demora.
Lo primero era constatar la temperatura corporal. Quienes poseían termómetro de mercurio tomaban la fiebre colocándolo en la axila. Quienes no lo poseían utilizaban la mano o los labios y colocándolos sobre la frente podían acercarse a un diagnóstico certero. Si el diagnóstico era afirmativo nos ponían sobre la frente un trapo mojado en agua fría para ayudar a que descienda la fiebre.
Un té con mucho limón y miel y a la cama bien tapados con la Schteptek y a sudar. Y de cena una buena sopa caliente con todas las verduras de la quinta.
Otras dolencias también se curaban de forma natural. Por ejemplo: el empacho tirando el cuerito, el mal de ojos, el asma con una olla de agua hirviendo con hojas de eucalipto para que aspiremos el vapor, para el catarro las ventosas de vidrio que también servían para aliviar dolores de espalda y otras dolencias. Para los parásitos intestinales las semillas de zapallo en ayunas o el Chucrut. Para el dolor de garganta buches de agua tibia con sal o bicarbonato.
Y la lista puede continuar tan extensa como nos imaginemos porque las madres y abuelas eran una enciclopedia viviente de conocimientos y expertas en resolver todo tipo de contratiempos siempre recurriendo a la ayuda de la naturaleza y todo lo que ella ofrecía.
Durante el invierno eran comunes los resfríos, gripe, tos y fiebre. Y para curarnos nuestros ángeles guardianes volcaban todos sus conocimientos de medicina natural sin demora.
Lo primero era constatar la temperatura corporal. Quienes poseían termómetro de mercurio tomaban la fiebre colocándolo en la axila. Quienes no lo poseían utilizaban la mano o los labios y colocándolos sobre la frente podían acercarse a un diagnóstico certero. Si el diagnóstico era afirmativo nos ponían sobre la frente un trapo mojado en agua fría para ayudar a que descienda la fiebre.
Un té con mucho limón y miel y a la cama bien tapados con la Schteptek y a sudar. Y de cena una buena sopa caliente con todas las verduras de la quinta.
Otras dolencias también se curaban de forma natural. Por ejemplo: el empacho tirando el cuerito, el mal de ojos, el asma con una olla de agua hirviendo con hojas de eucalipto para que aspiremos el vapor, para el catarro las ventosas de vidrio que también servían para aliviar dolores de espalda y otras dolencias. Para los parásitos intestinales las semillas de zapallo en ayunas o el Chucrut. Para el dolor de garganta buches de agua tibia con sal o bicarbonato.
Y la lista puede continuar tan extensa como nos imaginemos porque las madres y abuelas eran una enciclopedia viviente de conocimientos y expertas en resolver todo tipo de contratiempos siempre recurriendo a la ayuda de la naturaleza y todo lo que ella ofrecía.

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