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martes, 28 de diciembre de 2021

Extraño el pueblo de mi infancia

Extraño el pueblo de mi infancia, la gente sencilla, los amigos de las interminables horas jugando en los inmensos patios de nuestros padres, esos patios en los que abundaban la huerta y frutales, las gallinas y los chiqueros, y una alegría inmensa por compartir momentos que nunca vamos a olvidar, mientras mamá colgaba la ropa en el largo tendal de alambre, papá trabajaba la huerta, abuelo reparaba alguna cosa, a veces haciendo de carpintero, otras, de herrero y todos juntos, unidos, viviendo la vida, compartiéndola, como nunca más volvimos a compartirla.
Extraño la infancia de mi pueblo, en que la gente se hablaba en alemán, compraban pan, carne y todas las cosas de almacén en la vereda, en los carros que pasaban cada uno a su debido tiempo y hora y cada vendedor gritando su pregón, a la mañana temprano se oía: lecheeerooo, después panadeeerooo y así sucesivamente hasta llegar al mediodía, mientras se compraba se compartían las novedades del día, las vecinas se quedaban en grupo conversando, mientras los árboles eran un arrullo de pájaros y un alboroto de felicidad se esparcía por ese universo que hoy ya no existe.
Extraño el pueblo de mi infancia, ese pueblo de calles de tierra, que había que regar a la tardecita con grandes baldes de agua igual que el patio, para sentir un poco de fresco al sentarnos a la vereda al anochecer, a conversar y a comer girasoles, mientras nosotros, los niños, jugábamos en grupos, que casi siempre eran gigantes, porque cada vecino en promedio tenía más de diez hijos.
Extraño el pueblo de mi infancia, ese pueblo en el que todos se conocían, ese pueblo en el que todos se hablaban con todos, ese pueblo en que a nadie le faltaba nada, porque la gente era solidaria, se preocupaba por el vecino, estaba atento por el prójimo, compartía la crianza de los niños y hacía del compromiso social un mérito.
Extraño el pueblo de mi infancia, extraño a mis padres, a mis abuelos, a toda esa gente trabajadora y honesta, noble y justa, seria, pero a la vez muy alegre, que educaba con el ejemplo, que nos formó y nos educó como mujeres y hombres de bien, esa gente que no debemos olvidar, esa gente a la que le tenemos que rendir homenaje diariamente, conservando nuestra identidad, manteniendo vigente su legado de vida, siendo lo que ellos esperaban que nosotros fuéramos. Hombres y mujeres de bien.
Todo lo que extraño de mi pueblo sobrevive en mi libro “La infancia de los alemanes del Volga” y otros detalles de aquel pueblo que extraño muchísimo sobreviven en mis libros “La gastronomía de los alemanes del Volga” y “La vida privada de la mujer alemana del Volga”.

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