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domingo, 12 de diciembre de 2021

Travesuras de "La infancia de los alemanes del Volga"

Anselmo y Alberto, dos hermanos de ocho y diez años, vivían en una pequeña chacra en las cercanías de la colonia. Unas dos leguas, más o menos. La chacra contaba con una casa bajita, de adobe, rústica con puertas fabricadas por diferentes carpinteros caseros, por lo que lucían maderas gruesas y finas entremezcladas. Tenía una pequeña galería, una diminuta habitación que funcionaba como sótano, dos habitaciones y la cocina, que no tenía mas mobiliario que una mesa de madera larga, sillas de diferente estilo, un armario colgado en la pared con los platos, los cucharones y algún que otro paquetito de fideo, arroz y harina y la clásica cocina a leña. Por supuesto no faltaba la imagen del Sagrado Corazón de Jesús colgado en una de las esquinas, desde donde lo observaba todo con suma atención
Cerca de allí, a unos doscientos metros del tambo, que era un fangal, cruzaba un pequeño canal, que cuando llovía mucho se trasformaba en un pequeño arroyito alimentado por las aguas que bajaban de las sierras y traía consigo mojarritas y otros diminutos peces que, obviamente, eran la atracción y la codicia de Anselmo y Alberto, que esperaban ese momento con sumo entusiasmo y pertrechados con una red que ellos mismos tejían con hilo choricero y un tachito donde arrojar la pesca.
Una mañana, de las tantas, Anselmo y Alberto tuvieron una idea brillante. Como hacía casi una semana que llovía, no tuvieron mejor idea que ir al canal, ahora torrentoso arroyito, a pescar mojarritas.
Para protegerse de la lluvia Anselmo pensó en cubrirse con bolsas de arpillera y Alberto, para no mojarse los pies, se le ocurrió que ambos se calzaran las botas de goma de su padre y de su madre, que utilizaban para ordeñar las vacas. Sin tener en cuenta que la madre calzaba 38 y el padre 45.
Y allí salieron rumbo al arroyito, Anselmo cargando la red y Alberto el tachito.
A medida que fueron avanzando las botas se fueron hundiendo más y más en el barro, porque a más cercanía del arroyito más fangoso se volvía el terreno. Y cuanto más fangoso era el terreno más se hundían y quedaban atrapadas las botas haciendo sopapa. De tanta fuerza que tenían que hacer para sacar cada pie y continuar avanzando tuvieron que recurrir a las manos y así y todo no lograban desprender la bota. Paulatinamente fueron perdiendo las bolsas de arpillera, que se las llevó el viento. La red quedó a un lado, lo mismo que el tachito. Cuando quisieron retroceder se dieron cuenta que ya estaba muy adentrados en el fango que cada vez se hacía más difícil zafar la bota por más que se colgaran con ambas manos y tiraran y tiraran.
Llegó un momento en que no les quedó otra solución que descalzarse las botas, hundir sus pies en el fango y regresar a casa empapados y sabiendo lo que les esperaba: una paliza por haber salido bajo la lluvia sin tener en cuenta que podían llegar a enfermarse y porque las botas quedaron en el fango llenándose. Hasta que el padre fue a buscarlas tenían más de diez centímetros de agua. Imposible secarlas para el ordeñe del día siguiente. No sólo eso, sino que el padre tuvo que ir a buscar las botas chapoteando en alpargatas que fue perdiendo en el camino.

Conozcan en profundidad cómo fue la infancia de nuestros ancestros, el momento en el que se formaron para llegar a ser los adultos que nos educaron a nosotros, de la mano del libro "La infancia de los alemanes del Volga".-

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