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sábado, 29 de junio de 2024

Hoy, 29 de junio, se conmemoran 260 años de la fundación de la primera aldea alemana en la región del Volga

 Para comprender en toda su magnitud el acontecimiento que conmemoran hoy los descendientes de alemanes del Volga hay que situarse en una época signada por las interminables guerras que asolaban de manera cotidiana a los campesinos y aldeanos de Europa, sobre todo a los del Sacro Imperio Romano Germánico, la Guerra de los cien años (1337 - 1453), la Guerra de los 30 Años (1618 – 1648) y la Guerra de los 7 Años (1756 - 1763), que dejaron los territorios devastados por la miseria, la pobreza, el sufrimiento y la muerte, sin esperanza en un futuro mejor, sin hombres jóvenes para sembrar los campos, levantar las cosechas y realizar los trabajos agrícolas para volver a empezar. Además, el Sacro Imperio Romano Germánico se encontraba en crisis, con graves problemas sociales y económicos, como asimismo en un estado de inestabilidad política. Esto llevó a que centenares de familias migraran al Imperio Ruso enfrentando la dificultad de tener que recorrer enormes distancias en precarios buques, carros tirados por caballos y a pié, enfrentando climas hostiles, de nieve y fríos extremos, sin posibilidad alguna de poder regresar al hogar ni arrepentirse una vez iniciada la marcha. Es en ese contexto que un grupo de migrantes fundaron el 29 de junio de 1764, la primera aldea en cercanías del río Volga, en una extensa y desolada estepa en la que todo estaba por hacerse, en el vasto Imperio Ruso, dando inicio a una colonización que no sólo dejó su huella en el tiempo sino que modificó para siempre el destino de varias generaciones de familias, que fundaron aldeas, construyeron iglesias, levantaron escuelas, forjando una sociedad y una cultura, haciendo surgir un vergel donde solamente había estepa y desolación. Una historia que luego, más de cien años después, continuaron sus descendientes en la República Argentina.

Un poco de historia

La historia de los alemanes del Volga comienza en 1763, cuando un grupo de familias, respondiendo al Manifiesto lanzado por Catalina II La Grande, parten, principalmente de los territorios que en la actualidad conforman los estados alemanes de Hesse, Renania-Palatinado, Baden-Wurtemberg y Baviera, a colonizar tierras del bajo Volga, embarcando en el puerto de Lübeck, para navegar por el Mar Báltico, rumbo a la ciudad de Oranienbaum, Rusia, para finalmente dirigirse a San Petersburgo. Donde se encontraron con la primera violación del Manifiesto, al enterarse que todos debían dedicarse a la agricultura, sin importar su profesión de origen (había farmacéuticos, médicos, abogados, ingenieros, maestros, zapateros, herreros, panaderos) y que debían rendir fidelidad a la Corona. Desde donde se dirigieron al bajo Volga.
La comitiva buscaba un nuevo horizonte escapando de los conflictos religiosos y las sucesivas guerras, la de los Cien Años (que en realidad se prolongó durante 116 años, entre 1337-1453), la guerra de los Treinta Años (1618-1648) y la guerra de los Siete Años (1756-1763), que habían dejado los territorios devastados por el permanente paso de las tropas, que arrasaban con todo, cosechas y alimentos, y dejaban el campo sembrado de muertes, hambrunas, enfermedades, pestes, y sin gente joven para comenzar de nuevo.
En los primeros diez años partieron de la actual Alemania unas 30.000 personas y como consecuencia de las inhumanas peripecias que tuvieron que afrontar durante el viaje, solamente consiguieron llegar a destino unas 23.000. El resto quedó al margen del camino, bajo una tumba cubierta de nieve y una cruz de madera señalando su ubicación final. Una muerte dolorosa, de frío, hambre y enfermedades.
Tardaron aproximadamente un año en realizar todo el recorrido, desde su tierra natal, en el Sacro Imperio Romano Germánico, hasta llegar a la tierra prometida, en la región del bajo Volga.
Allí los esperaba una desagradable sorpresa: Catalina II no solo los había escogido para colonizar los campos inhóspitos, desolados y lejos de las grandes urbes, rodeados de siervos analfabetos, sino también como barrera humana de contención para mantener controlados a las tribus nómades y salvajes que asolaban la región, a pura violación y matanzas.
El 29 de junio de 1764 fundaron la primera aldea, que llamaron Dobrinka, (en alemán, Moninger) acontecimiento que se conmemora hoy.
Una historia que luego, más de cien años después, continuaron nuestros abuelos en la Argentina.

lunes, 10 de junio de 2024

La antigua bomba de agua

 Con la bomba se sacaba desde el fondo de la tierra el agua que precisaba la familia para llevar a cabo todas sus labores. Instalada al frente de la casa era la proveedora del agua que se utilizaba tanto en los quehaceres domésticos, vinculados al normal funcionamiento interno de la vivienda, como así también a las labores externas, que estaban asociadas a tareas que tenían que ver con el trabajo de la tierra.
El agua se extraía bombeando con ímpetu, llenando grandes baldes que luego resultaban pesados para trasladarlos al lugar donde se necesitaba. Porque esta tarea de bombear y trasladar los baldes no solamente la desarrollaban mamá y papá sino también los niños. Como es sabido, antiguamente toda la familia debía aportar su esfuerzo y trabajo para sostener la economía familiar.
Yo tenía nueve años cuando tuve que comenzar a ayudar a regar la quinta. Tenía que llenar baldes de casi veinte litros bombeando con fuerza y después llevar el agua a más de cincuenta metros donde estaba instalada la huerta. Mis hermanos y yo íbamos y veníamos una decena de veces hasta concluir la tarea, que había que desarrollar a la mañana temprano y al atardecer, recuerda don Federico.
Sin embargo, eso no era todo. También tenía que acarrear agua cuando mamá los lunes a la mañana lavaba la ropa de toda la familia, que era muchísima. Lavaba mamá y una de mis hermanas. Con la tabla de lavar y jabón casero. Se necesitaba muchísima agua. Primero para lavar la ropa y luego para enjuagar. Los brazos le quedaban entumecidos de tanto bombear y de llevar y traer los grandes baldes llenos de agua, continúa recordando don Federico.
Dentro de la casa también se tenía que llevar muchísima agua porque en aquel tiempo nadie tenía agua corriente ni canilla ni nada de eso. Imagínense ustedes acarrear toda el agua que se utiliza en la cocina: lavar las verduras, llenar las ollas para la cocción de las mismas, lavar los platos, lavar el piso, limpiar la cocina a leña; más toda el agua que se utiliza durante el día para preparar el desayuno, el mate, la merienda, y muchas otras rutinas que hacen al normal funcionamiento del hogar. Y ni que hablar los sábados cuando todos se bañaban y había que llenar esos enormes fuentones que utilizábamos como bañeras, acota don Federico.
Hechos cotidianos que nos muestran a las claras que la vida no era sencilla.
La vida cotidiana en las aldeas, las costumbres y tradiciones que identificaron a sus habitantes, lo que mantuvieron inalterable por siglos a pesar de las vicisitudes, de los problemas y pruebas que debieron afrontar, lo que conservamos hoy en día y nos identifica como descendientes de los alemanes del Volga lo relato en mi libro "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", un libro que consta de dos partes: la primera parte recopila lo antes mencionado y la segunda parte contiene fotografías de época que retratan la primera parte en imágenes. No se vende en librerías. Lo envío a domicilio por correo. Mas información se pueden comunicar por email a historiadorjuliomelchior@gmail.com.