Pintura de Rodolfo Ramos |
En esas humildes condiciones como tantos hombres de campo, trabajó don Jorge durante treinta y dos años, soportando todas las inclemencias del tiempo posibles. Desde los calores más impensados en tórridos veranos que secaban la tierra por semanas enteras, hasta gélidos inviernos en que la helada congelaba los charcos por varios días, o vientos que en varias ocasiones amenazaron con llevarse a la precaria vivienda.
Allí nacieron sus hijos, crecieron sin apenas poder ir a la escuela, porque la escuela quedaba demasiado lejos y don Jorge no contaba con un sulky ni permiso del patrón para llevarlos todos los días. Desde ese mismo lugar también, sus hijos emprendieron vuelo y uno a uno se fueron casando, iniciando su propio camino en otras estancias, desarrollando las tareas que habían aprendido de su padre.
Los únicos momentos del año en que don Jorge tenía para alejarse del lugar y visitar a sus parientes en la aldea, eran Pascua (tres días), las fiestas patronales (tres días) y unas pocas vacaciones durante el verano, generalmente en Navidad, que con mucha suerte podía ser una semana. A pesar de los años que transcurrían y de la antigüedad que don Jorge iba teniendo en el establecimiento, estas fechas y estos días libres no se modificaron nunca.
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