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jueves, 17 de octubre de 2024

La vida de un puestero y su familia alemana del Volga

Pintura de Rodolfo Ramos
Don Jorge acompañado de su familia trabajaba de puestero en una estancia. Vivía en una casa de abobe, llamada puesto, construida de manera rudimentaria en el medio de la nada, junto a un molino del que se proveían de agua, un pequeño galpón para guardar los enseres necesarios para cumplir con la tarea asignada, y uno o dos árboles completaban el panorama. Un poco más allá el Nuschnick y la huerta. Un gallinero y un chiquero donde se endorgaba un cerdo para la carneada. En ese pedazo de tierra vivía la familia, año tras año con don Jorge cumpliendo la tarea de puestero y mensual. Tenía a su cargo el cuidado del campo y la vigilancia de los animales que allí se criaban. El capataz aparecía una vez al mes para llevarle algunos pocos alimentos como fideos, arroz, yerba, azúcar y la paga mensual. Eran tiempos en que solamente al jefe de familia se le asignaba un sueldo. A la mujer y a los hijos que ya colaboraban en las tareas rurales los estancieros los consideraban pagos con la casa y la comida. Una comida que era escasa porque escaso era lo que proveía el patrón, por eso don Jorge y su familia poseían una quinta, criaban gallinas y carneaban un cerdo dos veces al año.
En esas humildes condiciones como tantos hombres de campo, trabajó don Jorge durante treinta y dos años, soportando todas las inclemencias del tiempo posibles. Desde los calores más impensados en tórridos veranos que secaban la tierra por semanas enteras, hasta gélidos inviernos en que la helada congelaba los charcos por varios días, o vientos que en varias ocasiones amenazaron con llevarse a la precaria vivienda.
Allí nacieron sus hijos, crecieron sin apenas poder ir a la escuela, porque la escuela quedaba demasiado lejos y don Jorge no contaba con un sulky ni permiso del patrón para llevarlos todos los días. Desde ese mismo lugar también, sus hijos emprendieron vuelo y uno a uno se fueron casando, iniciando su propio camino en otras estancias, desarrollando las tareas que habían aprendido de su padre.
Los únicos momentos del año en que don Jorge tenía para alejarse del lugar y visitar a sus parientes en la aldea, eran Pascua (tres días), las fiestas patronales (tres días) y unas pocas vacaciones durante el verano, generalmente en Navidad, que con mucha suerte podía ser una semana. A pesar de los años que transcurrían y de la antigüedad que don Jorge iba teniendo en el establecimiento, estas fechas y estos días libres no se modificaron nunca.

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