Una calandria… un hornero… un gorrión…
Mariposas… Un trigal amarillo meciéndose al compás de las osadas caricias de la
brisa… Árboles: eucaliptos, sauces… Un
arroyito que pasa y se va… Unas nubes… Un atardecer de verano… Luces y sombras…
Y una jovencita y un joven que se besan bajo el parral…
-¡No! ¡Basta! –lo aleja ella de un
empujón. Voy a quedar embarazada. Y si eso sucede tendremos que casarnos.
-¿Embarazada? –pregunta el chico
atónito. ¿De dónde sacaste eso?
-Me lo contó mi madre. Me dijo que no me
dejara tocar por ningún hombre porque voy a quedar embarazada.
-¡Eso es mentira!
-¡Es verdad! Es más… En la colonia
cuentan que a Alicia la besaron en un casamiento, en un descuido de la madre, y
hora se tiene que casar. ¡Está embarazada! ¡Qué humillación! Es el comentario
del pueblo. Todo el mundo la culpa. Ya no puede llevar una vida normal. Ni
siquiera puede asomar la cara a la calle.
-¡Eso no puede ser! –exclama el chico,
que tiene 16 años.
-¡Sí puede ser! –insiste ella, que tiene
15.
-¡Dame otro beso! Todo el mundo sabe que
los bebés nacen de un repollo o que los trae el arroyo. A mi hermano lo
encontraron en la quinta, entre los repollos. A mi primo, me dijo mi tía, lo
trajo la corriente del arroyo.
-¿En serio?
-¡Te digo que sí! Es cierto. Me lo contó
mi padre y mi padre no miente jamás. Es una persona honesta. Va todos los
domingos a misa. Le teme demasiado al castigo de Dios como para mentirme.
Frente a estos sólidos argumentos la
jovencita se deja besar y besa. Cada vez con más pasión. Se deja tocar y toca. Terminan
teniendo sexo sin saber que están teniendo sexo.
Unas semanas después se enteran de que
van a ser padres y de que se tienen que casar para solucionar el “problema” que
engendraron. La familia escandalizada no les deja opción.
Ninguno de los dos sabe cómo hicieron
para tener al bebé.