Por Luisa Braganza
Soy Luisa Braganza, una trabajadora de las letras. Vivo en Coronel
Suárez. Un día supe del misterio escondido en las pinturas de las columnas de la Iglesia “San José Obrero”
ubicada en Pueblo San José.
Esta es una comunidad de descendientes de alemanes del Volga
radicada en el distrito de Coronel Suárez.
Inspirada en el conmovedor hecho real, puse algo –no mucho- de mi
fantasía y escribí esto para que todos recordemos que, a pesar de las
contrariedades, el Amor siempre tiene una pirueta escondida para sobrevivir.
Esta es una historia de patatín y patatán y de esas cosas de la
vida… Y los pasaron. Y pasaron los años…
La cola para entrar al templo era larguísima. Más o menos unas
sesenta parejitas de jóvenes enamorados.
Se hacían arrumacos, se miraban a los ojos y se besaban sin que les
importara ser vistos.
¡Cómo han cambiado los tiempos! Nosotros a esa edad nos tratábamos
de usted! ¡Ay, si Rodolfo pudiera verlo! Me dijo, aunque… a lo mejor… ¿quién
sabe? En una de esas está al lado de nosotras ¿no?.
Sólo sonreí. La vi con ganas de seguir hablando. Y yo quería
escucharla.
Él tenía veintidós y yo dieciséis. Vino a fines de 1935 a pintar la
iglesia y en enero de 1936 empezaron con los trabajos. ¡Todavía lo veo allá
sobre los andamios con José y Julio, sus hermanos. Y bueno, los días pasaban, y
así, que va, que viene, llegó la fiesta de San Pedro y San Pablo y el baile de
la cultural Germano-Argentina en la carpa, en aquel patio y mi hermano Nicodemo
diciendo las palabras mágicas:
“Muchachos, si están aburridos, vengan a casa a la noche a charlar y
a comer torta… cenamos temprano”.
Y patatín va… y patatín vienen…
Esas cosas que pasan en la vida, empezaron a venir y entre una cosa
y otra, pasó lo que pasa, ¿no? Todavía escucho a mamá cuando se dio cuenta: “Me
parece que ese viene en doble sentido”.
Mientras José tocaba la verdulera, Rodolfo y yo bailábamos en la
cocina. ¡Cómo le gustaba bailar!
Aquí, Imelda se quedó callada. Creo que su corazón estaba dando
alegres giros y saltos apoyado en aquel otro joven corazón. Respeté su
silencio, luego agregó:
El pintaba todo el día, pero, a la siesta, se cruzaba y nos veíamos
dos minutos. ¡Si habré barrido el corredor de la abuela para esperarlo! Nadie
se enteraba porque ella no podía caminar.
¡Qué difícil era entrar en confianza… nada que ver con hoy… Y no era
sólo costumbre de nosotros los ruso-alemanes todos cuidaban a las hijas como si
fueran algo extraordinario.
Ahora te voy a decir que en aquella época yo era para mis padres la
mocosa de mierda. ¿Qué vas a hacer con ése? Vos aquello… vos lo otro… y bueno,
no querían saber nada.
Y se lo dije, se lo dije a Rodolfo: “No le diga nada a mi mamá y a
mi papá porque me van a sacar de raje”. Pero él insistió: “El asunto es serio,
yo quisiera que sus padre sepan.
“No, no, decía yo, porque después me van a tener… no… no”.
Y me tuvieron nomás. “Andá a saber quién es ese tipo” y patatín y
patatán…
La cuestión es que tuvimos que escribirnos, no mucho, para disimular
porque había que ir a buscar el correo.
Y llegó la Navidad. Un
año estuvo él acá. Y se fue. Cuando volvió a terminar algunos laterales del
templo me contó que mi nombre había quedado en la ilglesia. Lo había escrito sobre
una columna. Yo no lo sabía hasta entonces. Si lo hizo para que no lo olvidara,
en realidad no hacía falta. El primer amor nunca se olvida y menos si una está
nueve años pupila y después aparece así… así.
Después se fue a pintar a Córdoba y a Catamarca. Lo esperé hasta que
regresó. Vino sólo a verme. Y mi papá lo echó: “No, no quiero saber nada” dijo,
y no sé cuánto más. Y así quedó todo.
Y bueno… yo no quería otro novio pero después, a los veintitrés años
me casé y tuve cuatro hijos. Antes quemé las cartas y le conté todo a mi
esposo.
¡Qué va a hacer…!
Y los años pasaron… y pasaron los años…
Cuarenta y cinco años después de aquello, cuando yo ya era viuda me
fui a descansar a La Falda. Allí ,
por casualidad me encontré con José, el hermano de Rodolfo.
Al reconocerlo casi me muero, no me desintegré por milagro. Cuando
le dije mi nombre vi su sorpresa y emoción. Me hizo algunas preguntas. Yo no me
animaba a hablar. “Lo dejamos para mañana”, le dije.
No, insistió, hablemos ahora. Y hablamos.
Supe que su otro hermano Julio había muerto. ¿Y Rodolfo? Rodolfo
también.
¡Cuántas cosas suyas supe después! Vi las fotografías de todas las
estatuas que había hecho. Una locura todo lo que había trabajado. Todas
religiosas. ¡Era tan católico! Supe que para el Congreso Eucarístico, en la Misa Pontificia , había sido
abanderado con su bandera, la tirolesa.
Supe que había viajado a su querida Austria, al pueblito donde había
vivido.
Y supe que me había amado hasta su muerte y nunca se había casado
porque –según había dicho- no había encontrado otra mujer como yo.
A esta altura de la narración sólo cabía el silencio. Y lo dejamos
entrar. Cuando Imelda quiso siguió:
Y aquí estoy, recordando. Muchas veces dejo que mis ojos se escapen
a las pinturas y me miran los ángeles, los Papas, los santos que pintó Rodolfo.
Pero el que más me conmueve es el rostro de Jesús en la columna, que a medida
que pasan los años, se vuelve más comprensivo.
Cuando miro las terminaciones de las columnas oigo sus
explicaciones: “Mezclo oro en polvo con clara de huevo para que pierda el
color” y “la imitación del mármol la hago con un polvo mezclado con cerveza”.
¡Ay, Rodolfo… yo no sabía que habías escrito mi nombre en la
columna…!
Tampoco sé quien inventó la leyenda de que las parejitas que la
toquen y recen juntos se amarán hasta la muerte. Por eso estos jóvenes que
estamos viendo hacen esta larga cola.
Y aquí Imelda calló.
Frente a ella se me ocurrió pensar que su nombre era digno de estar
en la iglesia y también lo era esta leyenda. La certeza la encontré en el
rostro comprensivo de Jesús y en sus tantas palabras de invitación al amor.
Sabiendo que este templo –y todos- se levantan sobre cimientos de
amor ¿qué tiene de malo que también éste tenga columnas de amor?
Me acerqué a Imelda y la tomé de las manos.
Esto le dije:
Así se escriben las historias… con I de Imelda y de Iglesia, con
R de Rodolfo y Renunciamiento;
pero con F de Fe y con E de Eternidad en la que, algún día, todos
volveremos a encontrarnos.
Emocionante relato. Graciasss..!! Tengo tantas misas en ese Templo.....
ResponderEliminarGracias a ti, Anita, por visitar mi blog!!!
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