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La habitación
se llenó de llanto. Las mujeres emitieron gritos desgarradores. Se abalanzaron
sobre el cuerpo sin vida, lo agitaron: “Mamá, mamá, no nos dejes”. Pero mamá ya
no estaba; mamá ya no podía escucharnos. Mamá se había ido. Nos dejó solos.
Absoluta y desoladamente solos. Sin su voz, sin su presencia colmando nuestras
existencias de amor. Sin el consuelo de saberla esperándonos aun cuando viviéramos lejos, muy lejos... Ella siempre
parecía esperarnos. Siempre podíamos volver y encontrarla en la casa de nuestra
niñez y abrazarnos a sus brazos y encontrar el consuelo que sólo ella era capaz
de brindarnos.
Alguien llamó
a la casa funeraria. Llegaron varios hombres con un féretro. Lo introdujeron en
la habitación, junto a la cama donde yacía el cuerpo de mamá. Frente a la
puerta cerrada, escuchamos el crujir de la madera, los ecos de la tapa que uno
de los hombres seguramente apoyaba contra la pared... y nos pareció imposible
imaginar que estuvieran colocando a mamá dentro de un ataúd.
Con este relato describe a la perfección lo que sentí el día de invierno que murió mi mamá. Pareciera que lo vivió conmigo. Lo más cruel fué tener que dejarla sola en el cementerio. Me hubiera querido quedar con ella... De qué servía regresar a casa si ella no iba a estar esperandome contenta como siempre lo hacía. Desde entonces ya no me siento bienvenida. Da igual ir a un lado u otro.
ResponderEliminarSehr traurig, Staatsstreiche unter unnötigem.
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