¡Oh dulce infancia cuánto me has dado!

En los momentos de soledad y reflexión me
pasan por la mente lugares de otros tiempos, allá lejos, vividos en las
colonias, cuando era apenas un niño, en los que no había autos, ni celulares.
Lugares en los que algunas de las fiestas más esperadas eran las de Pascua, con
la llegada del Conejito y Navidad, con el Pelznickel y el Chriskindie
recorriendo las calles, repartiendo las deseadas golosinas que solamente
saboreábamos en esos días especiales.
Era una época en que las naranjas eran
naranjas de verdad, porque los niños las arrancábamos de las quintas de los
abuelos, cuando dormían la siesta.
Y mi abuela Mary cocinaba ricos Wicknel
Nudel, Klees, Maultasche, Kraut und Brei… Y desayunábamos café con leche
acompañado de manteca, miel, chorizo casero, jamón y mil delicias más.
No había luz eléctrica pero parecía no
importar. El farol a kerosén suplía eso. Era suficiente para que abuela
tejiera, mamá remendara la ropa, los hombres jugaran a los naipes y nosotros
jugáramos con los Koser.
Hoy, al volver a los lugares que recorrí
cuando era chico, que me parecían enormes, me siento tan grande, y me duele
tanto el recuerdo de los momentos felices, que me resulta imposible no llorar
de emoción y nostalgia.
No había tecnología pero tampoco consumo
desenfrenado y nada de envidia, nada de maldad. Las personas se respetaban y
amaban unos a otros.
¡Qué lástima que ese bello tiempo se haya
ido para no volver jamás y las colonias hayan perdido ese bello encanto de
aldeas sencillas y de corazón simple!
Sin embargo, todos los recuerdos, anécdotas
y situaciones vividas en el pasado, nos sirven para tener herramientas para
construir un futuro mejor, más justo e igualitario.
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