Antonio Albeano (detalle) |
“Tenía catorce
años cuando me casé” –cuenta Marcelina Weimann. “Y mi marido treinta. Mi primer
hijo nació nueve meses después. Tuve que
criar a mis hijos y trabajar en el campo junto a mi esposo. Tuvimos dieciséis
hijos. Mi vida fue dura. Apenas nos alcanzaba para comer y a veces, ni para eso”.
“Pasé hambre” –confiesa.
“Muchas veces con mi marido nos fuimos a dormir sin cenar para que nuestros
hijos pudieran comer. Fueron épocas difíciles y duras. No se lo deseo a
nadie. Duele mucho ver llorar a un hijo
de hambre y no tener nada para darle, si siquiera un pedazo de pan. La gente
ayudaba pero todos estábamos en la misma situación. Teníamos muchos hijos y
éramos muy pobres. Nada alcanzaba. Y eso que teníamos quinta y animales
domésticos para consumir y vender. Pero en los años malos todo eso era poco
para una familia tan grande.
“Casi todos mis
hijos tuvieron que empezar a trabajar a los ocho o nueve años. ¡Pobrecitos! Pero
había que comer y para comer hacía falta plata. Antes era así la vida. Todos
tenían que trabajar. No existía la ayuda del gobierno. Nadie te regalaba nada.
Si no trabajabas no comías.
“Todos mis hijos
crecieron sanos y son buenas personas. Gente honesta y trabajadora. Todos se
casaron. Tienen sus casas y sus familias. Ya tengo nietos y bisnietos.
“Con mi marido
pasamos de todo pero nunca nos quejamos. Tenemos una linda familia. Estamos
jubilados. Le agradezco a Dios
todo lo que me dio”.
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