Alles gut? –me interroga Juan desde más
allá, levantando la vista de las plantas de tomates de su huerta.
Gut! Gut! – les respondo a ambos alzando
la mano derecha como si los hubiera dejado de ver ayer nomás. Es que uno se va
de su pueblo sin irse jamás del todo, porque siempre está regresando y su gente
siempre lo está esperando. Con su cordialidad, su bonhomía, su idiosincrasia, su
idioma, los recuerdos compartidos y el amor incondicional por el terruño.
Y mientras recorro la colonia, una
lágrima rueda por mi mejilla.
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