Encendió la lámpara a kerosén y se sentó
junto a la mesa a leer la Biblia. La Biblia redactada en letras góticas. La
Biblia que su madre trajo del Volga en su baúl, entre las ropas y los enseres
de cocina. La Biblia de hojas gastadas, húmedas de llanto y frescas de
recuerdos. La Biblia que sabía de noches de infortunio y de días de esperanza. La
Biblia que lo sabía todo. Del cielo y de la tierra. De Dios y del hombre. De la
tristeza y de la felicidad.
La anciana leyó. Leyó murmurando. Con el
rosario entre las manos. Sentada junto a la mesa. En la cocina. Apenas iluminada
por la tenue luz de la lámpara a kerosén.
Y mientras leía, lloraba. Lloraba los
seres queridos fallecidos y los familiares dejados allá lejos, en las aldeas
del Volga, también llorando un adiós eterno.
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