Rescata

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miércoles, 18 de noviembre de 2020

Mi abuela amaba las flores

Pasa el tiempo, los meses y los años, y todavía la veo a mi abuela arrodillada, en un pedazo de tierra, al frente de su casa, trasplantando plantines de diferentes variedades de flores. Rodeada de rosas, margaritas, petunias, amapolas, en una escena multicolor. El zumbido de las abejas y algún colibrí yendo de flor en flor.
Mi abuela tenía un cuchillo gastado, para realizar los hoyos donde plantar los plantines, una azada vieja para carpir y un rastrillo antiguo, porque no solamente trasplantaba sino que mantenía una ardua lucha con los rebeldes yuyos que se atrevían a invadir su jardín, que siempre debía lucir limpio, ordenado y sumamente pulcro.
Mi abuela regaba con una regadera y un balde, mientras sacaba el agua con la bomba, que ella misma bombeaba. En su casa no había motores, mangueras ni regadores o rociadores artificiales. Todo eso vino después, cuando ella ya no estuvo.
Se levantaba bien temprano a la mañana, pasaba por el baño, encendía la cocina a leña, calentaba agua y preparaba mate. Y sorbiendo el primer mate, salía al patio, a recorrer su jardín, a controlar si durante la noche no había habido una invasión de hormigas, o alguna otra plaga. Cortaba las flores y las hojas secas. Las guardaba en el enorme bolsillo de su delantal, para no ensuciar el patio. Luego retornaba a la cocina y terminaba de tomar mate, mientras comía un poco de pan con manteca y miel, para finalmente salir a regar. Porque abuela regaba a medida que amanecía y cuando anochecía, cuando el sol comenzaba a irse a dormir. Mi abuela, como ya se habrán dado cuenta, adoraba su jardín y amaba las flores. (Autor: Julio César Melchior)

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