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miércoles, 24 de febrero de 2021

Los juegos de nuestras abuelas alemanas del Volga

Eran tres niñas, tres hermanas, de diez, ocho y seis años. Clavaron cuatro varillas de algo más de un metro de altura, formando un rectángulo, bajo la sombra de un árbol, en el patio. Unido a las varillas, sujetaron bolsas de arpillera abiertas a lo largo con la ayuda de la tijera de esquilar ovejas y cocidas una junto a otra, para conformar un extenso lienzo que terminó siendo las cuatro paredes y el techo de la casita que utilizarían para jugar a las muñecas y a la mamá.
Dentro de la casita colocaron una caja como mesa y tres taquitos de leña como sillas. Sobre la mesa tres tarritos ya muy quemados y ennegrecidos de tanto pasarse horas y horas cocinando algún plato tradicional. Afuera, las niñas hicieron un hoyo, dentro del cual colocaron ramitas secas y las encendieron, ubicando dos varillas de hierro de manera transversal, sobre las cuales pusieron a hervir un plato de chapa con agua.
Mientras tanto, dos niñas, en otra caja, que también simulaba ser mesa, con un cuchillo gastado y desafilado, picaban hojas de laurel y eucalipto, en tanto la tercera rallaba un ladrillo.
-Hay que ponerle mucho pimentón al guiso- comentó a la par que continuaba rallando el ladrillo, formando un montoncito de polvo rojo, que después arrojaría al agua que hervía en el plato.
-También hay que agregarle muchas verduras y fideos- acotaron las otras dos niñas, que seguían picando hojas de laurel y eucalipto.

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