Rescata

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viernes, 28 de mayo de 2021

Los platos tradicionales de la abuela Elisa Schroh

Al ingresar a la casa de la abuela Elisa Schroh me encontré con una mesa de madera larga y seis sillas dispuestas alrededor de ella, gastada por el tiempo y los años, con profundas cicatrices que parecían haber sido realizadas con cortes de cuchillo al cortar alguna masa, por ejemplo para los Wickel Nudel, los fideos caseros, los Kreppel. Más allá, junto a una cocina a leña, que despedía calor de hogar, una mecedora traída desde Rusia, desde una remota aldea llamada Kamenka, y en ella estaba la abuela Elisa, hamacándose, las manos cruzadas sobre su regazo mientras me recibía con una sonrisa.
Me saludó en alemán, me invitó a que me sentara, me ofreció mate, té, y Kreppel que había amasado para la ocasión, por supuesto que acepté el mate y los Kreppel.
Mientras tomábamos mate y saboreábamos los ricos Kreppel, la abuela Elisa me empezó a contar su historia de vida. Me reveló que sus padres habían llegado de la aldea Kamenka, que su madre había quedado viuda muy joven con siete hijos y que los crió sola, sin la ayuda de ningún hombre. Eso sí – agregó-, mi mamá trabajó de todo. Y por eso también murió muy joven. Falleció a los 48 años. La vida la había consumido.
Ella me enseñó todo lo que sé. Me enseñó a cocinar, a coser, a bordar, a tejer y a hacer acolchados. Durante mi juventud me ganaba la vida haciendo acolchados mientras mi marido trabajaba en el campo.
La abuela Elisa contó muchos detalles y pormenores de su vida en familia y de su vida privada. Me confesó que había perdido un hijo de dos años en un accidente casero. También me contó que, al igual que su madre, había quedado viuda muy joven.
Después se entusiasmó hablando de las comidas tradicionales. Me detalló, por ejemplo, cómo y con qué ingredientes elaboraba los Kreppel. Me dijo un puñadito de harina, leche, huevos... Y de la misma manera me detalló cómo preparaba los Maultasche (Varenick). Me contó que tomaba un puñadito de harina, le agregaba dos o tres huevos, dependiendo la cantidad de comensales, que los rellenaba con ricota y así fue sumando más y más ingredientes. Los cuales siempre eran puñaditos, nunca gramos ni centímetros cúbicos si era un líquido. Su conocimiento era tal que no necesitaba conocer nada de eso. Su sabiduría era innata. Como el de todas las abuelas alemanas del Volga. Que sabían preparar decenas y decenas de platos tradicionales que llevaban en sus prodigiosas memorias. De la misma manera fueron pasando de generación en generación desde tiempos inmemoriales, repitiendo los mismos puñaditos, los mismos sabores, los mismos aromas y el mismo amor a cocinar para la familia.
(Para quienes deseen preparar los platos tradicionales tal y como lo hacía la abuela Elisa no dejen de tener el libro “La gastronomía de los alemanes del Volga” y para conocer la vida de las mujeres y sus pormenores sociales, culturales, religiosos y familiares no dejen de consultar mi libro “La vida privada de la mujer alemana del Volga”).
(Para más información comunicarse al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com)

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