allá lejos, a orillas del río Volga,
sus padres agitando el pañuelo
y a sus hermanos llorando el adiós.
sus padres agitando el pañuelo
y a sus hermanos llorando el adiós.
Llevaban sus enseres en grandes baúles,
donde también atesoraban sus sueños,
junto a un cúmulo infinito de recuerdos
que el camino fue coloreando de nostalgia.
Se hicieron a la mar del océano inmenso,
leyendo la Biblia, en las largas noches,
rezando el rosario en las madrugadas,
sufriendo la angustia del desarraigo.
Arribaron al puerto de Buenos Aires,
después de soportar durante treinta días,
la tempestad y el bravo oleaje,
y sobrevivir en oscuras bodegas.
Aquí se diseminaron por la indómita
tierra virgen de la pampa húmeda,
fundando decenas de aldeas y colonias,
transformando los campos los campos en vergeles.
Levantaron al cielo las iglesias,
que llenaron todos los domingos
y erigieron escuelas para educar
los niños que iban naciendo.
Año tras año fueron progresando,
creando riquezas para el país,
que los cobijó como a sus hijos,
bajo la enseña celeste y blanca.
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