Rescata

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jueves, 18 de noviembre de 2021

El gallo de Don Raimundo

Pintura de Roberto Cascarini
Herido en su orgullo más íntimo y aburrido hasta el hartazgo de escuchar a su vecino vanagloriarse de la calidad de las gallinas que criaba merced a la noble prosapia del gallo que hacía unos años compró en una casa especializada en el rubro, don Raimundo se encaramó en su Ford y mientras partía rumbo a la ciudad, le gritó a su mujer:
- Me voy al pueblo a comprar el mejor gallo de toda la región.
Y así lo hizo.
Dos días después regresó con un gallo imponente. Grande. Hermoso. Tan grande y hermoso que despertó la envidia de los demás colonos, la bronca de su vecino, que estaba seguro que iba a perder su trono de poseedor de las mejores gallinas, y el enojo de su esposa que no dejaba de recriminarle la abultada suma de dinero que había gastado en un bicho que la mujer consideraba el metejón de un viejo chocho.
Ni bien soltó el gallo en el gallinero, no sin antes cortarles las alas, éste inició su trabajo. No había gallina que pudiera salvarse de su desenfrenado apetito sexual. Aptitud que don Raimundo celebraba feliz imaginando las futuras generaciones de gallinas, más grandes, más ponedoras, más hermosas que las de su vecino.
Todo iba bien hasta que al gallo se le dio por encontrar la forma de escapar del gallinero y salir a caminar al campo, a comer las semillas de trigo que los agricultores sembraban.
Don Raimundo lo rastreaba, lo atrapaba y lo retornaba al gallinero. Casi todos los días.
Hasta que una tarde no lo encontró. Buscó y buscó. Discutió con su vecino, pensando que se lo había robado para cortar de cuajo su deseo de tener las mejores gallinas. Y nada.
Caminó un poco más lejos. A medida que se fue alejando de la casa y acercando a un monte de eucaliptos, su aguda nariz, olisqueó humo. Furioso, se acercó a los niños para informarles que estaban cometiendo un delito al invadir sus terrenos. Los seis niños se pudieron de pie, temerosos, al verlo llegar.
-¿Cazaron una paloma?- preguntó don Raimundo al descubrir que estaban asando trozos de un ave.
- ¡No!- respondió uno de los niños, satisfecho del almuerzo que estaban por comer. Es un gallo que andaba perdido por acá.

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