Rescata

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domingo, 20 de octubre de 2024

La máquina de coser y abuela

 La abuela, desde su adolescencia, se pasó la vida sentada frente a su antigua máquina de coser, moviendo sus piernas al compás del ronroneo de su mecanismo, que hacía subir y bajar la aguja que cosía hilos de todos los colores, según la prenda.
La abuela no solamente confeccionó la ropa de sus hermanos y padres, sino que, después de casada, realizó las prendas de sus propios hijos y su marido y cuando enviudó, no le quedó más remedio que transformar ese conocimiento en el trabajo que le reportaría el sustento para ella y sus hijos.
La abuela fue la costurera del pueblo: niños, adolescentes, hombres, mujeres y ancianos, vistieron ropas que ella confeccionó en tantos años de actividad.
Sobre su mesa de trabajo siempre había una pila de tela de colores esperando ser transformadas en prendas y ropas aguardando ser remendadas, cambiados los botones o cierres.

jueves, 17 de octubre de 2024

La vida de un puestero y su familia alemana del Volga

Pintura de Rodolfo Ramos
Don Jorge acompañado de su familia trabajaba de puestero en una estancia. Vivía en una casa de abobe, llamada puesto, construida de manera rudimentaria en el medio de la nada, junto a un molino del que se proveían de agua, un pequeño galpón para guardar los enseres necesarios para cumplir con la tarea asignada, y uno o dos árboles completaban el panorama. Un poco más allá el Nuschnick y la huerta. Un gallinero y un chiquero donde se endorgaba un cerdo para la carneada. En ese pedazo de tierra vivía la familia, año tras año con don Jorge cumpliendo la tarea de puestero y mensual. Tenía a su cargo el cuidado del campo y la vigilancia de los animales que allí se criaban. El capataz aparecía una vez al mes para llevarle algunos pocos alimentos como fideos, arroz, yerba, azúcar y la paga mensual. Eran tiempos en que solamente al jefe de familia se le asignaba un sueldo. A la mujer y a los hijos que ya colaboraban en las tareas rurales los estancieros los consideraban pagos con la casa y la comida. Una comida que era escasa porque escaso era lo que proveía el patrón, por eso don Jorge y su familia poseían una quinta, criaban gallinas y carneaban un cerdo dos veces al año.
En esas humildes condiciones como tantos hombres de campo, trabajó don Jorge durante treinta y dos años, soportando todas las inclemencias del tiempo posibles. Desde los calores más impensados en tórridos veranos que secaban la tierra por semanas enteras, hasta gélidos inviernos en que la helada congelaba los charcos por varios días, o vientos que en varias ocasiones amenazaron con llevarse a la precaria vivienda.
Allí nacieron sus hijos, crecieron sin apenas poder ir a la escuela, porque la escuela quedaba demasiado lejos y don Jorge no contaba con un sulky ni permiso del patrón para llevarlos todos los días. Desde ese mismo lugar también, sus hijos emprendieron vuelo y uno a uno se fueron casando, iniciando su propio camino en otras estancias, desarrollando las tareas que habían aprendido de su padre.
Los únicos momentos del año en que don Jorge tenía para alejarse del lugar y visitar a sus parientes en la aldea, eran Pascua (tres días), las fiestas patronales (tres días) y unas pocas vacaciones durante el verano, generalmente en Navidad, que con mucha suerte podía ser una semana. A pesar de los años que transcurrían y de la antigüedad que don Jorge iba teniendo en el establecimiento, estas fechas y estos días libres no se modificaron nunca.

miércoles, 9 de octubre de 2024

Las cosas ricas que cocinaba mamá y no se olvidan

 Cuando cierro mis ojos y miro hacia la niñez, no solamente hacia el ayer de mi existencia sino también hacia el pasado de la aldea, me encuentro en la casa de mis padres, sentado a la mesa de madera de la cocina junto a mis hermanos, conversando en dialecto, haciendo la tarea de la escuela mientras en el ambiente reina un aroma a Kreppel, que mamá está friendo en la sartén. En la punta de la mesa lo veo sentado a papá, que charla con mamá. Por la ventana ingresa la luz del sol, el trinar de los pájaros, el arrullo de las palomas, y a lo lejos, el mugir de las vacas. También nos llegan los ruidos de la aldea, un carro que pasa, algún pregón, vecinos contándose las últimas novedades.
Siempre que miro al pasado se me aparecen estas imágenes y siempre estoy comiendo cosas ricas, sabrosas, suculentas, caseras, preparadas por mamá. Ella era una gran cocinera. ¡Sabía cocinar de todo! Comidas de todo tipo desde panes hasta sopas, desde quesos hasta dulces, desde embutidos hasta fideos caseros. Maultaschen, Wickel , Strudel y muchos cosas ricas más.

domingo, 6 de octubre de 2024

Las aldeas y colonias que fundaron los alemanes del Volga

 Las aldeas y colonias tenían calles de tierra, casas de adobe y de ladrillos, una avenida central ancha, con ramblas, una iglesia que era su orgullo, gente buena, que hablaba en dialecto alemán, poblando sus viviendas, muchos árboles aromando el ambiente, más allá el horizonte infinito, y un cielo sobre campos sembrados de trigo.
Las aldeas y colonias tenían grandes terrenos con hornos de barro, un Nuschnick en el fondo del patio, árboles frutales, una huerta, un gallinero y un chiquero con un cerdo para la carneada, un jardín con hermosas flores, y gente buena trabajando desde el amanecer hasta la noche, gente honesta, agradecida y muy creyente en Dios.
Las aldeas y colonias tenían el trinar de los pájaros, las torcazas arrullando sus crías en las copas de los árboles, los horneros construyendo sus casas de barro, los teros sobrevolando el poblado anunciando las visitas, el mugir de las vacas a lo lejos, el balar de las ovejas, el canturrear del abuelo mientras arreaba las lecheras.
Las aldeas y colonias tenían un mundo feliz, un universo cerrado sobre sí mismo, en el que reinaban los buenos sentimientos y los ejemplos de vida, una educación basada en el trabajo, las buenas acciones, el respeto y la virtud.