La abuela, desde su adolescencia, se pasó la vida sentada frente a su antigua máquina de coser, moviendo sus piernas al compás del ronroneo de su mecanismo, que hacía subir y bajar la aguja que cosía hilos de todos los colores, según la prenda.
La abuela fue la costurera del pueblo: niños, adolescentes, hombres, mujeres y ancianos, vistieron ropas que ella confeccionó en tantos años de actividad.
Sobre su mesa de trabajo siempre había una pila de tela de colores esperando ser transformadas en prendas y ropas aguardando ser remendadas, cambiados los botones o cierres.