Fuente: lanuevaradio.com.ar
El recuerdo de las Hermanas Religiosas, la construcción del
imponente templo parroquial en San José y la continuidad de la tarea misional. “Tomarse un tiempo para
conversar con la gente que está enferma, destinarle una sonrisa, tomarle la
mano, mirarlos a los ojos, escuchar lo que tienen para decir. No tiene precio
lo que se recibe en esos pocos minutos de dedicación para quienes atraviesan el
dolor de una enfermedad y quieren recibir a Jesús a través de la Eucaristía”.
Nació en
Cascada pero cuando iba a empezar el tercer grado sus padres la mandaron como
pupila a la Escuela Parroquial.
Ese mismo
año sus padres compraron la vivienda que está enfrente de lo que es hoy el
Instituto Hermanas Misioneras.
Zulema
recuerda con mucho cariño su paso por la institución educativa: “era todo muy
lindo con las Hermanas Misioneras. Todo lo que soy, la doctrina, la religión,
se lo debo a las Hermanas. Uno se va formando de otra manera. Ahí envié a mis
hijos y siguieron sus hijos, es decir, mis nietos”.
Recuerda a
la Hermana Joela, a Trinidad, ambas difuntas, también a la Hermana Inmaculada,
Gertrudis y Remildes. De ellas tiene noticias, ya que sigue en contacto
permanente con la Congregación y con la Escuela Parroquial.
Es que
desde hace muchos años Zulema es la celadora del grupo de AMES (Asociación
Misioneras del Espíritu Santo).
“Ellos me
llaman por teléfono, me cuentan cómo están las Hermanas, entre ellas la Hermana
Tarsicia, que tanto trabajó en la iglesia, o la Hermana Rosa Felice”.
Estas
Hermanas eran las que hacían tortas fritas y buñuelos los días de lluvia y
recuerda incluso que con una de las religiosas, en los años en que estaba de
pupila, en el ´55, “iba yo caminando hasta lo de Yungplut, buscando cañas para
quemar en el horno para hacer tortas fritas. Salíamos de la parte de atrás de
la casa de las Hermanas y cruzábamos todo el campo, cantando en alemán o
rezando el Rosario. Íbamos con la chica de Pin, haciendo ese recorrido que
empezaba temprano en la mañana y terminaba cerca del mediodía”.
Apunta
también el esfuerzo que hicieron las familias, historias que su padre y su
madre le contaron, para llegar a construir la Iglesia de Pueblo San José, este
templo magnífico, levantado como símbolo de religiosidad.
Recuerda
que sus padres le contaban que se edificaron las paredes exteriores del gran
templo mientras en el interior quedaba encerrada la primera iglesia que
tuvieron los alemanes de Pueblo San José.
Una vez que
estuvo lista esa parte de la obra se tiró abajo esa primera construcción para
dar lugar a todas las terminaciones interiores, que son dignas de admiración y
contemplación porque implican esfuerzo, sacrificio económico, dedicación y
sobre todo una fuerte creencia en Dios y en la fuerza que de Él proviene.
Zulema
Hubert de Schwindt tiene como misión visitar a los enfermos y llevarle la
Eucaristía, tarea que cumple con algún sacerdote o bien con algún Ministro de
la Eucaristía.
“Tomarse un
tiempo para conversar con la gente que está enferma, destinarle una sonrisa,
tomarle la mano, mirarlos a los ojos, escuchar lo que tienen para decir. No
tiene precio lo que se recibe en esos pocos minutos de dedicación para quienes
atraviesan el dolor de una enfermedad y quieren recibir a Jesús a través de la
Eucaristía”.
Una mujer
de San José que se confiesa muy feliz de vivir en ese lugar y rodeada de la
gente que conoce de toda la vida.
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