
“Antes se trabajaba de verdad. Nos
levantábamos a las cuatro de la mañana para buscar los caballos en el campo. En
invierno caían unas heladas tremendas. El frío te dolía en todo el cuerpo.
Calaba hasta en el alma. Pero había que trabajar. Arar, sembrar. Todo con
caballos. Y todos teníamos que ayudar. Yo empecé a laburar a los nueve años en
el tambo de mi padre” –cuenta Eusebio Safenreiter.
“Muchas mañanas lloré porque las manos
me quemaban de frío perno nunca se me cruzó por la cabeza la idea de protestar o
quejarme porque sabía que si lo hacía mi padre me iba a castigar. ¡Había que
trabajar! Era nuestra obligación. No importaba que mi padre fuera dueño del
campo. Toda la familia tenía que trabajar. Incluida mi madre y todas las
mujeres de la casa. No se salvaba nadie” –sentencia.
“Eran tiempos duros –afirma-. La vida
era distinta. Trabajaba el pobre pero también tenía que ganarse su pan el que
tenía plata. Todos nos criamos de la misma manera. Todos salimos personas
trabajadoras y honestas” –enfatiza.
“El trabajo estaba antes que todo.
Incluso antes que la escuela. Yo fui hasta tercer grado nada más. Algunos de
mis hermanos ni siquiera eso y mis hermanas directamente no fueron. Y eso que
las hermanas religiosas de la Escuela Parroquial le insistieron a mi padre para
que nos mande a sus hijos a la escuela pero él nada: había que trabajar. Mi
padre, como todos los padres de aquellos años, repetía que primero estaba el
trabajo, que no había tiempo para perder en pavadas” –evoca.
“Cuando mi padre murió el campo se
vendió y como éramos muchos hermanos tuvimos que salir a trabajar como peones.
Recorrí estancias y chacras haciendo de todo. Fui mensual, tractorista,
parquero. En el campo uno tenía que saber de todo. Cuando el patrón nos llamaba
teníamos que cumplir. Con él, al igual que con mi padre, tampoco había lugar
para quejar ni protestar. Si lo hacíamos, enseguida nos despedían.
“Así que me la pasé toda mi vida
trabajando en el campo. No sabía hacer otra cosa. Pero fui muy feliz. Tengo muy
lindos recuerdos. Me casé. Tuve cinco hijos. Después vinieron los nietos. Y hoy
tengo dos bisnietos” –revela.
“Así es la vida” –suspira-. Y concluye
repitiendo que “Trabajé mucho y muy duro pero fui muy feliz”.
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