Rescata

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viernes, 28 de julio de 2017

¿Por qué nuestros ancestros deciden marcharse de Alemania?

A finales del siglo XVIII Alemania (por entonces el Sacro Imperio Romano Germanico) era una organización imperial apenas sostenida por la enorme cantidad de principados menores saqueados y arruinados por las sucesivas guerras que tuvieron como escenario su territorio. Las aldeas se erigían humeantes y desoladas, las campiñas, otrora florecientes y productivas, despojadas de toda su riqueza de tanto soportar sobre sus fértiles innumerables batallas y un sinnúmero de muertes: las tierras yacían yermas y vacías como desiertos. Las ciudades se encontraban arruinadas. La población había disminuido de manera considerable. El pueblo estaba sumido en la más absoluta miseria. En resumen: Alemania era un conjunto de principados destrozados por la guerra, los conflictos religiosos, la desigualdad social, las hambrunas y las pestes. Un territorio arruinado y un pueblo hambriento.
Los habitantes de las aldeas apenas conseguían sobrevivir llevando una existencia miserable e indigna, sobreviviendo a costa de tremendos sacrificios mientras la aristocracia residía en enormes y lujosas mansiones, disfrutaba de la fastuosidad y de los adelantos técnicos y científicos que podía dispensar el siglo XVIII, Siglo de las Luces o de la Ilustración, una edad iluminada por la razón, la ciencia y el respeto por la humanidad.
En circunstancias tan tristes y nefastas un anuncio a modo de pregón recorre Europa: un Manifiesto emitido por Catalina II La Grande de Rusia, fechado el 22 de julio de 1763 en San Petersburgo, ofrece a través de leyes extraordinarias la salvación a los desheredados y menesterosos aldeanos. El Edicto prometía a los colonos que desearan emprender la aventura colonizadora de transformar tierras incultas en un territorio civilizado, prerrogativas demasiado atractivas como para ser rechazadas, como la libertad y la tan ansiada paz para construir un presente sin guerras y sin hambre. Por eso no es de extrañar que el 80% de los alrededor de 30.000 europeos que emigraron a Rusia, entre los años 1763 y 1767, fueran de origen alemán.
Es en ese momento crucial de su historia cuando se inicia la epopeya de un numeroso grupo de familias alemanas que dos emigraciones y varias generaciones después serán conocidos mundialmente como descendientes de alemanes del Volga, radicándose, algunos de ellos, en la República Argentina. (Para conocer más sobre la historia de nuestros ancestros, consultar mi libro “Historia de los alemanes del Volga”).

jueves, 27 de julio de 2017

Recuerdos de abuela


Graciela Schneider, oriunda de Pueblo Santa María, habla de su abuela María.

Lo que relata son, seguramente, vivencias compartidas por muchas personas que ciertamente tienen recuerdos adorables de sus abuelos. De mucho tiempo compartido, en momentos en que los padres de los padres ocupaban un lugar central en la familia.
“La abuela ocupó un rol importante en mi vida. Cuando era chica iba al colegio de Hermanas allá. La abuela María, la mamá de mi mamá, vivía a media cuadra de mi casa. Teníamos que ir a la Misa del Niño. La daban a las 6 de la mañana. Yo tenía 6 años, todos queríamos estar, entrábamos a clase a las 8 de la mañana y algunos días de la semana antes teníamos que ir a misa. Me quedaba la noche anterior en la casa de mi abuela. Era la típica abuela de camisón blanco largo de puntillas, con mañanita sobre los hombros”. 
Graciela cuenta que “por la noche, antes de dormir, era costumbre rezar arrodilladas a los pies de la cama y después la abuela tiraba agua bendita sobre el lugar en el que íbamos a descansar. Seguro que nos levantábamos a eso de las 5 de la mañana, tomábamos la leche y luego la abuela me miraba desde la puerta de su casa cómo hacía el recorrido hasta la Iglesia. En la Colonia no había luz como ahora, había un foquito en cada esquina. Mi abuela se paraba bajo la luz de la esquina, hacia la avenida donde estaba la Iglesia. En el medio de la cuadra no había luz; está oscuro, mi abuela se quedaba paradita, me daba vuelta, ella no me veía a mí, yo la veía a ella. Se quedaba esperando que entrara en el otro haz de luz, que era el de la avenida. Yo me daba vuelta, levantaba la mano y ella me devolvía el saludo. Me parece verla todavía”.
Graciela iba abrigada en los días de invierno, con las medias tejidas por la abuela, y en los tiempos en que hacía mucho frío fuera y dentro de las casas porque no estaban calefaccionadas como ahora era común que las mujeres –que en su gran medida vestían polleras- se abrigaran con bombachas de lana.
Graciela recuerda cuando la abuela amasaba tallarines: “en las Colonias era muy común el comedor y una cocina de invierno, donde generalmente también había una mesa con sillas. Mi abuela amasaba todo. Cuando hacía los tallarines caseros, los bordes, las colitas que quedaban cuando arrollaban la masa para cortar los tallarines, nos lo daba a nosotros, sus nietos. La cocina a leña ella la limpiaba con una especie de bocha de metal, quedaba tan limpia que uno podía reflejarse en ella! Nosotros poníamos esas colitas sobre la cocina y quedaba como un crocante riquísimo”.
En cuanto al Año Nuevo, “nosotros salíamos a desearle un buen año a la gente en general. En cada casa siempre les daban alguna golosina. Mi abuela, con 9 hijos, tenía muchos nietos. Ella compraba masitas con forma de animales, preparaba pañuelitos blancos y en cada uno de ellos ponía masitas iguales para todos. También esa golosina, las gallinitas que traían un jarabe adentro. Repartía lo mismo para cada uno. Todos llegábamos más o menos a la misma hora y controlábamos que a todos nos hubiera tocado lo mismo”.
Con toda ternura recuerda que le repetía a su abuela María las clases de catequesis, en alemán: “para mí era como que me contaran historias fantásticas. La monja nos contaba las historias del Antiguo Testamento con láminas ilustradas. Ese día yo me quedaba a dormir en la casa de la abuela porque todo lo que me había enseñado la monjita en castellano yo se lo contaba a ella en alemán. Por supuesto que las sabía, pero me escuchaba con mucha atención”.
“Es muy importante que las abuelas no desaprovechen el tiempo con sus nietos, porque eso queda grabado en el alma. La relación entre los abuelos y los nietos es única” finalizó Graciela Schneider.

lunes, 24 de julio de 2017

Libros sobre la historia de los alemanes del Volga en Buenos Aires

Durante toda esta semana de vacaciones de invierno pueden conseguir los libros del escritor Julio César Melchior, que rescatan la historia, tradiciones, costumbres, vivencias, anécdotas y fotografías de los alemanes del Volga, en el barrio de Belgrano, en Buenos Aires. Una oportunidad imperdible para acceder a todo este material. Los títulos son: “Historia de los alemanes del Volga”, “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”, “La infancia de los alemanes del Volga”, y “La vida privada de la mujer alemana del Volga”. No se pierda esta ocasión única para introducirse en el universo de nuestro pasado y en la historia y cultura de nuestros ancestros y conocerla en profundidad y detalle. ¡Los esperamos!

sábado, 22 de julio de 2017

La historia de los alemanes del Volga en FM Provincia

Gracias a la periodista Margarita Eva Torres, que me realizó una entrevista para su programa radial, que se emitirá mañana domingo, a las 11 horas, por FM Provincia, pude nuevamente difundir la historia de los "Alemanes del Volga. Los invito a todos, amigos, a escuchar el programa, por FM Provincia, 97.1.

Al respecto, la periodista anunció que “Este domingo a las 11 horas por FM Provincia conoceremos, a través del escritor Julio César Melchior, la historia de los "Alemanes del Volga": un pueblo que, con sacrificio y voluntad hizo de nuestro país su Patria y contribuyó a su construcción.
“Julio César Melchior es descendiente y ha dedicado gran parte de su vida a mantener vivas sus tradiciones, cultura y legado. Es autor de varios libros que recrean la odisea de los alemanes que llegaron a nuestro país y un permanente difusor de sus valores. Este domingo, a las 11, por FM Provincia, 97.1 conoceremos la "Vida y Obra" de Julio César Melchior y a través suyo, nos aproximaremos al pasado y presente de los "Alemanes del Volga", asentados en distintas colonias, como las que existen en el partido de Coronel Suárez.
“Este domingo en "Vida y Obra", con la colaboración de Carolina De Marziani. Gabriel Luis Gabriel Gabo Saravi y Horicho Siberiano”.

viernes, 21 de julio de 2017

Para casarse, la mujer debía cumplir con varios requisitos y poseer ciertas virtudes morales

En tiempos de nuestras madres y abuelas, la mujer para casarse tenía saber cocinar, coser, realizar todas las actividades del hogar y colaborar con el marido en los quehaceres rurales.  También tenía que destacarse en sus virtudes personales, en el temor y la fe en Dios, el respeto y la sumisión al esposo y mantener vigentes las tradiciones ancestrales en el seno familiar.

 La mujer cargaba sobre sus espaldas todo el peso de la familia. Por eso conversar con mujeres de edad avanzada significa rescatar y revalorizar y distintas pinceladas de la historia cotidiana de los pueblos alemanes. Ellas nos pueden pintar un cuadro intensamente real de cómo se desarrollaba la vida femenina en los primeros tiempos de las colonias y cómo se desenvolvían sus existencias en una sociedad basada en férreas tradiciones religiosas y arraigadas costumbres machistas y para nada igualitarias.
 “Los sábados mamá nos hacía levantar temprano –recuerda una abuela de noventa años- y había que realizar las tareas de la casa; nosotros teníamos un patio amplio, y como yo era la más pequeña tenía que barrerlo y limpiar los gallineros. Entre todas las hermanas mujeres teníamos que lavar la ropa de toda la familia. Coserla, remendarla, plancharla... porque el lunes los hermanos y papá volvían a sus tareas rurales, en las que también teníamos que colaborar, ayudando en lo que podíamos. En los atardeceres teníamos que regar la quinta con grandes baldes llenos de agua que eran pesadísimos. Además teníamos que carpirla y mantenerla limpia de yuyos. En una palabra: las mujeres, tanto hijas como mamá, hacíamos todas las tareas domésticas más todo el trabajo que nos exigía realizar papá en el campo, donde trabajábamos a la par de él”.
La mujer se pasaba la mayor parte de su juventud embarazada. Cada matrimonio tenía por regla general más de diez hijos. Pero el estar embarazada no la liberaba de realizar las labores que le exigía el marido. Porque él era el jefe de familia y se hacía lo que él decía. Su opinión era sagrada y no se discutía jamás. Esto era así porque en los pueblos alemanes la sociedad se regía por el sistema patriarcal, con códigos que en la actualidad se considerarían machistas y nada igualitarios para la mujer pero que en aquellos años eran aceptados y moneda corriente en la mayoría de las culturas inmigratorias.
“El papel de la mujer era servir a todos los que compartían la familia y su actividad se orientaba a cuidar, alimentar, educar, atender en las enfermedades y acompañar en la hora postrera. Era la ama de casa –reflexionan los historiadores Generoso Stang y Orlando Britos – pero al mismo tiempo estaba sujeta a la misión que se le asignaba. Estaba dotada de autoridad para llevar a cabo su misión de cuidar la economía familiar; dedicarse a la educación de los niños, especialmente a las hijas mujeres a quienes debía instruir en las tareas propias de una mujer; enseñándoles los caminos para administrar su hogar, los conocimientos de cocina, sin descuidar en lo más mínimo la educación religiosa”.
“La mujer se pasaba el día trabajando: elaborando los alimentos; la vestimenta para los integrantes del hogar; hilaba lana; tejía; bordaba” y, como ya dijimos, colaboraba en mil quehaceres más trabajando casi a la par del marido. No era una vida sencilla pero, a su manera, fue feliz. Al menos es lo que sostienen la mayoría de ellas al ser consultadas. (Para leer más sobre el tema consultar mi libro “La vida privada de la mujer alemana del Volga”, que se puede adquirir desde cualquier localidad del país, por correo, por el sistema de contra reembolso).

martes, 18 de julio de 2017

Se viene la 12° edición del libro "La gastronomía de los alemanes del Volga"

Ya ingresó a imprenta la 12° edición del libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior, una obra que no para de cosechar éxitos. Esta nueva edición se lanzará a fines de este mes. Y como viene sucediendo desde el día en que se lanzó la primera edición, muchos lectores están reservando ejemplares adelantándose a la fecha de lanzamiento. Entre todos, estamos manteniendo viva la gastronomía de nuestros ancestros. El libro rescata más de 150 recetas tradicionales de todo tipo. Vaya reservando su ejemplar. ¡No se lo pierda!

lunes, 17 de julio de 2017

Nietos del corazón

Abuela Ana vivía a pocos metros de mi casa de la infancia. La llamábamos así aunque ella no era nuestra abuela por parentesco. Lo hacíamos porque la queríamos mucho y ella nos quería mucho a nosotros. También por respeto a las personas mayores y porque nuestros padres nos enseñaban que las personas grandes poseían sabiduría y conocimientos que solamente la vida y la experiencia brindan. Vestía ropa oscura y usaba un pañuelo igual de oscuro en la cabeza. Cocinaba rico. Nos cantaba canciones en alemán. Nos enseñaba refranes. Nos repetía que teníamos que ir todos los domingos a misa y portarnos bien para que Jesús no se enoje con nosotros y nos continúe protegiendo diariamente. Nos hablaba de sus hijos pequeños fallecidos en un accidente de carro, en el campo, cuando ella era joven y trabajaba junto a su marido en el tambo y ordeñaba vacas a la par de él en las frías y heladas madrugadas de invierno. Nos contaba de su trajinar diario, levantándose a las cuatro de la mañana, para trabajar la tierra junto a los hombres. Nos mostraba fotografías de sus tres hijos muertos y de su marido fallecido hacía mucho tiempo, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas que secaba con un pañuelito blanco.
Abuela Ana vivía sola en una casa de adobe, rodeada de un jardín, dónde florecían frambuesas y había un árbol llenó de ciruelas rojas. También tenía un palomar, gallinas, conejos y un pequeño perro, que la seguía a todos lados. Al fondo tenía un galponcito de chapa lleno de leña y un patio enorme para jugar al fútbol. Al ingresar a la cocina nos convidada con Kreppel o  pan casero con dulce de tomate, que ella misma había cocinado, o con macitas de vainilla recién horneadas. Nunca permitía que nos fuéramos de su casa sin haber comido nada. Siempre nos guardaba algo sabroso. Porque éramos sus nietos del corazón.

jueves, 13 de julio de 2017

José Schwab, uno de los últimos herreros artesanales

Fuente: Leandro Vesco para El Federal

Vive en Coronel Suárez y hace cincuenta años que templa el "fierro". Nació en un mundo sin plástico, donde todo era de metal y lo que se rompía se arreglaba, "No tengo nada digital", afirma desde su taller. Te invitamos a conocer a un personaje inigualable.

Hubo un tiempo en donde no había plástico. Donde todo era de “fierro” y el fierro que se rompía se arreglaba y las herramientas y las máquinas continuaban funcionando hasta que un desastre natural o el olvido las dejaba a un costado del camino. José Schwab forma parte de ese mundo. Hace más de cincuenta años que es herrero, “lo de artesanal es nuevo, antes todo se hacía con las manos y sin ayuda de máquinas”, nos cuenta en su taller. 
“Dicen que el fierro es duro, pero para mí no”, afirma y clava su mirada en la fragua, que mantiene viva su vida.
Estamos en Coronel Suárez, en las afueras de esta ciudad que es uno de los motores productivos de la Provincia de Buenos Aires. Tierra hecha y moldeada por manos de inmigrantes que se afincaron en este rincón del mapa para hacer lo que en Europa escaseaba: trabajar y soñar. Aunque grande, tiene ritmo de pueblo. En la periferia, alejado del centro, está el taller de uno de los últimos exponentes de un oficio que está en extinción: la herrería artesanal. Conocemos a un hombre, José Schwab.
Vestido con pantalón y campera de trabajo que tiene más años que el tiempo, Jorge nos cuenta su vida, simple, rica y hecha de trabajo y coraje. 
“Nací en Arboledas y a los diecisiete años me vine para acá a trabajar en el campo, en la Estancia La Sortija. Estuve 22 meses en la colimba en Azul y después regresé, tuve coraje y me hice herrero en la Estancia Curamalan. Hacía mantenimiento de todas las herramientas. Antes lo que se rompía se arreglaba, no como ahora que se tira todo. Había mucho trabajo, arreglaba las sembradoras, la rastra, la bañadora, los molinos”.
José explora con su mirada su mundo de óxido y hierro buscando las palabras para enmarcar los recuerdos de aquella vida intensa donde las manos de un hombre tenían un sentido casi milagroso. Aquel sentido emancipador de la destreza manual persiste en su taller, aferrado en cada herramienta templada.
La herrería artesanal tiene mucho de alquimia. La fragua es el centro de esa cocina ancestral donde los hierros se preparan y lo que parece irrompible se vuelve rojo y blando como una hoja. 
“Acá se usan pocas herramientas, la fragua y el martillo. Esto es cuestión de ojo y maña. Antes no había gente que te enseñaba, vos tenías que ver cómo trabajaban. Acá no hay nada digital”, reafirma con orgullo José. 
La fragua es acaso lo más moderno que tiene. Allí un motor calienta un montón de coque donde se ponen las piezas de hierro que luego se martillarán en el yunque, para después enfriarlas en un poco de agua, para finalizar el proceso templando el hierro.
“El trabajo en el campo se hacía bien temprano y se seguía hasta tarde. Pero ahora ha cambiado todo. Yo tengo hasta sexto grado. Después hice todo por coraje en mi vida. Ya no hay más herreros en el campo, ahora es todo moderno. Las herramientas no se reparan como antes. El arado ya no se usa más tampoco, ahora las máquinas sembradoras que hacen siembra directa hacen todo solas. Antes se araba, se pasaba el rolo, la sembradora. Ahora esto no se hace”. El contraste con las épocas es notable y José lo siente y se resigna.
El taller es visitado por albañiles que le llevan cortafierros mochos que él los arregla en un santiamén para devolverles la utilidad. “Más de quince no hago por día, porque me canso”, advierte. A su lado tiene un ladero que también ama los “fierros”, se trata de su leal amigo Héctor Echeverría, curalamense, quien repasa un asador a la cruz. Ambos agarran el hierro con delicadeza, a pesar de tener manos enormes. “Dicen que el fierro es duro, pero para mí no”, vuelve a decir, entre risas José. En Coronel Suárez todos los conocen, tiene clientes en la ciudad y en los pueblos, los mismos que hoy, de la mano de Cambio Rural de INTA y ayudados por el turismo rural, resisten y son un ejemplo de que conservar la identidad es el mejor atractivo de una comunidad. 
Se acerca el mediodía y José debe arreglar unos cortafierros. Le gustaría quedarse a hablar, pero su trabajo es solucionar el trabajo de los demás. El código es hacerlo lo más rápido posible. Mientras enciende de nuevo la fragua y el coque vuelve a enrojecerse y la magia de la herrería se reinicia. Son pocos los que compran coque hoy, y muchos menos lo que con un martillo y yunque trabajan el “fierro”. “Hay pocos jóvenes que se interesan por esto, estoy buscando un discípulo”, culmina José. Su sonrisa contagia: no hay con qué darle a un hombre así.

lunes, 10 de julio de 2017

Gracias por atesorar el legado de nuestros ancestros

Con infinita felicidad y la satisfacción de saber que he llegado a cada hogar y a cada familia en forma de libro, quiero contarles que esta semana se agotó la 11ª edición de mi libro “La gastronomía de los alemanes del Volga”. Este libro que ha llegado a cada rincón de nuestro país y a varios países es, una vez más, el reconocimiento a nuestros ancestros, a nuestras mujeres y a la manera que tenían ellas de demostrar su amor por la familia. Once ediciones agotadas, once ediciones en las que ustedes se hacen protagonistas del legado que nos dejaron nuestros ancestros. Once ediciones juntos rescatando y diseminando nuestras raíces para que perduren a través de los siglos. Gracias a cada persona que compartió las recetas, que me abrió las puertas de su cocina y de su alma. Gracias, amig@s, por atesorar el legado que nos dejaron y que no debemos permitir que el tiempo borre. ¡Muchas gracias!

sábado, 8 de julio de 2017

Mi madre está presente en mi memoria de niño feliz

Mi madre está presente en mi memoria de niño feliz. Su rostro surcado de arrugas son pliegues de ternura; sus ojos celestes: cielo de afecto y estrellas de besos; sus manos callosas: cuna de afecto en las que me arrullaba cantando “Tros-Tros-Trillie”. Su regazo: consuelo de mis primeras lágrimas, amparo de mis primeros desencantos. Su alma de amor infinito lo comprendía todo y lo sabía todo.
Mi madre está presente en mi memoria de niño feliz. Su casa con cocina a leña, una mesa de madera grande, un banco contra la pared, con aromas a Krepel, Dünne Kuche, Sauerkraut: aromas que perduran en mi mente. Los Wicknudel, los Klees, el Kalach, y mil delicias más que preparaba para los almuerzos y las cenas, para esas comidas de domingo en las que mimaba a sus nietos mientras reía y cantaba: “Wen ich komm,wen ich wider wider komm”, radiante de poseer una familia grande y orgullosa de que todos sus descendientes la amaran.
Mi madre está presente en mi memoria de niño feliz. Es un ángel que me cuida; un hada madrina que me concede todos los deseos; una estrella que me guía y protege en la vida. Es, fue y será, la persona que me enseñó a ser quién soy y a saber a dónde voy. Es quién me inculcó el valor de ser descendiente de alemán del Volga y sentirme orgulloso de serlo.

lunes, 3 de julio de 2017

Se proyectará la película alemana del Volga Agnes en la ciudad de La Plata

Película realizada por César Mellinger, 
con guión de Sofía Schmidt y actuada por Agostina Schwab 
en el papel de Agnes y Nelson Bender en el papel 
de Erwin. Mas 100 actores, extras y figurantes 
todos de las colonias alemanas de Coronel Suárez​.
Este viernes 7, a las 20 horas, en el Casal Catalán, calle 14 nº 109 entre 34 y 35 de La Plata, presentación de la película Agnes, del volguense César Mellinger. La previa. Pizza a la Alemana con cerveza artesanal y música volguense, con Alberto Heffel. 
21 horas. La película. Proyección. Luego, con la presencia de César Melllinger y Nelson Bender (director y protagonista) charla sobre el film mientras degustamos nuestras clásicas Tine Kuchen o Riwel Kuchen. Los esperamos. Multipliquen la invitación. (Organiza: Cátedra Libre de la Historia y Cultura de los Alemanes del Volga en Argentina)

Esta historia basada en hechos reales comienza por el año 1945, entre una joven de condiciones humildes llamada Agnes y un marino alemán llamado Erwin, náufrago del acorazado Graf Spee. Toda la trama sucede entre un pueblito con el nombre de Santa María, ubicado al sudoeste de la provincia de Buenos Aires,  en su mayoría poblado por descendientes de alemanes del Volga. Y por otra parte la historia se desarrolla en un lujoso hotel casino en Sierra de la Ventana y ocupado en ese momento por refugiados marinos alemanes. Se relata la historia de amor vivida entre Agnes y Erwin,  resaltando también la cultura y costumbres que hasta el día de hoy se conserva intacta, como ser: su idioma alemán-dialecto, su gastronomía, su música, su arquitectura y sobre todo su fe cristiana.
 Esta película les devuelve el recuerdo a nuestros mayores de todo lo vivido en épocas pasadas.
​Los esperamos. La entrada es libre y gratuita.